jueves, 9 de junio de 2011

Pirañitas (Drama) - Bitácora 13

 Pirañitas 

Escribe: Hugo Tafur
       (peruano)
El invierno se presenta muy crudo y en las noches, el viento arrecia castigando con furia los ranchos de una barriada marginal levantados con esteras de totora, carrizo y cartones. En una de esas humildes viviendas, tres niños duermen apretujados en un viejo camastro donde instintivamente se buscan para transmitirse un poco de calor con sus escuálidos cuerpecitos. Calor que la raída frazada con que se abrigan no puede proporcionarles; junto a ellos, recostada en una desvencijado catre, duerme a intervalos, Julia, su madre, quién vela a Juanito, el más pequeño de sus hijos que manifiesta una tos persistente, la misma que denuncia una bronquitis que no cede, pese a la medicina básica administrada, obsequio de la vecina Celia.

La humilde madre, al sentir este nuevo acceso, buscó a tientas en la oscuridad los fósforos y un cabo de vela, el cuál prende para iluminar el ambiente y calentar sus manos; por tercera vez en aquella noche, Julia quiere frotar con mentholatum el pecho del niño, más sintió que respiraba con dificultad, tenía un extraño ronquido y quemaba su cuerpecito. La pobre mujer presintiendo la gravidez de su hijo llora de impotencia y un poco para serenarse y tranquilizar a su hijo lo alza y pone entre sus labios su fláccido pecho, más el niño desiste de succionar.

El tiempo seguía pasando y los minutos caían como hojas arrancadas por el viento helado de la madrugada, Juanito empeoraba y su madre decidió ir en busca de la vecina Celia; entre las dos protegieron como mejor pudieron al enfermito, y con él a cuestas, atravesaron el arenal hasta llegar a la carretera por donde raudo pasaban los coches sin detenerse. Por fin, un camionero que las avistó las recogió y condolido los llevó muy cerca del hospital del pueblo, donde a ruegos y llanto lograron que recibieran al grávido Juanito.

Ya amanecía, cuando caminando con mucha dificultad por su estado alcoholizado se apareció el “Rengo”, pareja de Julia; retornaba al rancho entre imprecaciones de valentía, venía eufórico, motivado…como un animal en celo. Empujó la puerta de latas y en la oscuridad pidió a su mujer que prendiera la vela, al no obtener respuesta, quiso ser galante y buscó a tientas la bujía de cera y el mismo con torpeza la prendió, recién cuando iluminó el ambiente se dio cuenta que Julia no estaba. En medio de su borrachera, sintió frustración y celos… ¡Carajo!..¿Dónde, se metió la mujer? –se preguntó- y de su bolsillo posterior, sacó una botellita de ron de la cual bebió con fruición, obnubilado como estaba por el alcohol y la insatisfacción de su hambre sexual, no dejaba margen para echar de menos a su hijo y en lo que le ocurría. Juanito era su hijo, con Julia.

Los niños que dormían sin abrigo en el camastro eran sus hijastros y estaban sin su vieja frazada, porque ésta había sido usada para abrigar al niño enfermo. Estos niños no le importaban en absoluto… salvo Julita, la mayor, a quién desde hacía un tiempo, venía sometiendo a enfermizas caricias acompañadas de pequeñas propinas para ganarse su confianza y silencio. Naturalmente, la madre no sabía nada de estas torvas acciones del “Rengo”; pero quién si sospechaba que algo no estaba bien, era el pequeño Beto, ya que un día sorprendió al padrasto sometiendo a su hermanita a estas morbosas caricias. Beto, tenía apenas ocho años, pero era un niño muy despierto -las carencias y necesidades, hacen madurar muy temprano a los niños de las barriadas- ya que pese a no contar con lo indispensable, era el primer alumno de su clase, asistiendo muchas veces sin zapatos a sus clases

En aquel humilde escenario, la maldad agazapada estaba al acecho, los dientes diabólicos del alcohólico padrasto blandían como sables dispuestos al ataque; otro sorbo más de ron, desintegró la frágil contención moral de este infeliz individuo que sólo pensaba saciar sus bajos instintos. Como hiena se acercó  a la cama donde inocentes se apretujaban los hermanitos; cogió con torpeza a Julita para acomodarla a sus locos desvaríos, hecho que despertó a Beto, quién haciéndose el dormido entendió lo que pasaba sin abrir los ojos; ante tal sometimiento, Julita despertó asustada y comenzó a llorar… Beto abrió los ojos y de inmediato se bajó del camastro, acto que no fue advertido por el lujurioso borracho, y cuando se preparaba para acostarse sobre la niña, el malvado recibió un sorpresivo golpe en la cabeza -propinado por Beto-  con el fierro que trancaban la puerta del rancho; en realidad dolor no sintió el endemoniado individuo, fue la sangre que manaba a borbotones de su cabeza lo que le hizo desistir y poniéndose de pie buscó en su confusión al agresor, y patoso quiso seguirlo desistiendo rápidamente, pues los gritos despertaron y atrajeron a los vecinos. Beto, se escabulló llevándose a su hermanita. El “Rengo” asustado desapareció.

Horas más tarde, trajeron el cuerpo inerte de Juanito, los médicos nada pudieron hacer para salvarlo y murió, formando así, parte de esa cifra escalofriante de niños que mueren diariamente por falta de una política adecuada de salud en apoyo de la niñez de nuestra patria y a la pobreza extrema en que nacen y viven…con un invierno inmisericorde. La madre lloró inconsolable al hijo muerto y a los hijos perdidos.

Beto y Julita, divagaban por las calles de la ciudad juntándose con otros chicos que hacían lo mismo; tuvieron hambre y estos, más avezados, le enseñaron como robar alimentos y conseguir dinero fácil y por las noches donde dormir en un buen lugar sobre unos cartones. Finalmente, como no tener frío y olvidarse de todo inhalando “terokal”. La falta de un hogar estable, la pobreza y el abandono moral, habían incrementado a la ciudad... dos nuevos pirañitas.

Nota: Todas las gráficas que ilustran, han sido tomadas de internet

Chimbote, 08 de agosto de 1967
Publicado en el Diario Las Ultimas Noticias
Revisado para blogger (JAPÓN 14-20110609) Ashikaga Shi  

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