miércoles, 29 de junio de 2011

La Cruz de la Horca (Relatos de viejos) - Bitacora 13

La  Cruz de la Horca

Escribe: Hugo Tafur
       (peruano)
Lo que contaban de ella, despertó mi curiosidad de niño, y un día, acompañado de mi abuelo paterno la visité por primera vez. La recuerdo pintada de un gris sucio, nervuda, sin formas regulares ya que su origen fue un algarrobo que creció formando una cruz; tenía adosada en su cuello un gran paño bordado, desvencijado por el tiempo y que alguna pía mujer debió trabajarlo como expresión de su fe. Por esos días, aún no habían talado los árboles que la rodeaban en el “inverna” existente, y que de alguna manera impedían verlo con claridad desde el Camino Real, pero ahí estaba el signo cristiano, erguido, abierto sus maderos como brazos justicieros o bendiciendo a los caminantes; debo admitir, que las sombras proyectadas por las copas de los árboles y el silencio del entorno, contribuían a darle al lugar, un aire de misterio y solemnidad. Nadie pudo decirme hasta hoy, cuando se la “descubrió” y cuando empezó su culto… pero si pude ver, que cuanta mujer pasaba frente a ella por el camino, se santiguaban contritas y los hombres respetuosos, se descubrían quitándose el sombrero.

Lo que escuché de los viejos del pueblo sobre esta cruz singular es sencillamente tenebroso. Referían que en tiempos pasados ahí eran ahorcados ladrones, homicidas y violadores del valle, como una forma ejemplarizante y práctica de mostrar que “el crimen no paga” y disuadir a quiénes quisieran seguir el ejemplo. Esta severa sanción, era aplicada en juicio sumario por autoridades de “intachable reputación y prestigio” como el gobernador, el juez y el cura del lugar. Bien dijo Francois Marie, años más tarde, “La civilización no suprimió la barbarie; la perfeccionó e hizo más cruel y bárbara”…y estos personajes, ocultaban tras la careta de “ilustrados”, su sádica personalidad criminal…eran unas sabandijas. Con razón ya los pobladores comentaban en voz baja, que el gobernador era un sanguinario, el juez sentenciaba según el oro y el cura, era lujuriosamente agresivo…”Tanto va el cántaro al agua, que termina sin orejas”, dice un refrán, y aquí no hubo excepción.

Un día que los tres jinetes del Apocalipsis se relamían de sus fechorías, y entre pecho y espalda se colocaban sendos vasos de “tinto” de la viñeta de don Salatiel, a quién acababan de “pelar” para no abrirle juicio sumario por ateo y vida licenciosa, atinó a pasar frente a la casa del señor Cura la dulce y bella Maribel Martínez, hija de don Anastasio Martínez, hombre respetable y respetado, con fama de justo. Ni que decir, los tres ministros del Diablo se deshicieron en respetuosas atenciones y halagos con el pimpollo de mujer. El lascivo Cura, aprovechó para recordarle a la jovencita, la urgencia que tenía de confesarse y que lo hiciera de inmediato, antes de que las “llamas del Infierno la alcancen” y malogren su belleza. Los jóvenes de entonces, confiaban mucho en las personas adultas y más si era autoridad, por lo que, ya que lo invitaba  y ella no tenía prisa cumpliría con el sacramento de la confesión, para estar “en paz con el Señor”.

Todo fue que la inocente muchacha transpuso el umbral de la puerta, para que los tres personajes cruzaran una mirada siniestra de inteligencia. Regodeándose por adelantado  del “bocado” que les había llegado. Mientras el malintencionado religioso llevó a la joven al confesionario, ellos cerraron la puerta y echaron llave por dentro…lo que sucedió después sólo Dios lo sabe; el hecho es que después de tres días en que fue buscada intensamente, cuando amanecía el cuarto día, la bella muchachita apareció en un estado lamentable, raída su vestimenta, desgreñado sus cabellos, en un estado de locura... perdida la razón, caminando sin calzado y sin rumbo por el Camino Real.

Don Anastasio Martínez, recogió y condujo a su  hija a su hogar. Ahí en días y noches eternas le prodigaron uno y mil cuidados amorosos para restablecerla; pero un día que recobró la conciencia, el horror de su tragedia la arrastró de dolor a la tumba…el justiciero padre se encerró a piedra y lodo en su propiedad. Dicen que el dolor por la pérdida de su amada hija le hizo verter lágrimas de sangre y estuvo a un tris de perder también la razón…

Parecía que su alma lacerada por el dolor, el tiempo lo curaría, haciendo que su inmensa tristeza encontrara sosiego en el amor de su familia y olvidara los hechos despiadados que la niña de sus ojos sufriera. El tiempo seguía pasando y casi nadie se acordaba ya de la trágica muerte de la linda Maribel…cuando un día el pueblo fue conmocionado por la aparición de un muerto, con los ojos desorbitados, el Juez fue encontrado ahorcado en la Cruz. Una cuerda diestramente atada al cuello le había quitado la vida. Una semana después siguió la misma suerte el Gobernador, al pie de la Cruz de la Horca en una posición de súplica, atadas las manos fue encontrado con el cráneo destrozado. Nada de estos hechos, escapó al cálculo del vicioso religioso, estableciendo para sí la procedencia de la venganza, por lo que aprovechando la oscuridad de la noche abandonó el lugar sigilosamente; poco después, en el camino, fue alcanzado por un jinete esbozado, quién después de ordenarle alto y reconvenirlo se desenmascaró ante él y de una estocada al corazón lo cruzó de parte a parte a este siniestro personaje. Al día siguiente, tirado junto a la Cruz de la Horca, apareció el cadáver del Cura del pueblo. Ni que decir, tantas muertes... terminaron por hacer de la Cruz, una leyenda.

Chicama, 28 de enero de 1968
Revisada para el blogger (JAPÓN - 22-20110629) Tochigi Ken

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