viernes, 2 de diciembre de 2011

En la huella del "Sullka" - Bitácora 13


César Abraham Vallejo Mendoza, el gran
vate liberteño (Foto internet)

En la huella del “Sullka”

Escribe: Hugo Tafur
      (peruano)
Siendo alumno de Primaria en la Escuela Fiscal Nº 257 de Chicama, mi "Pueblo Chiquito", me rebelé precoz "escribidor". Una composición por el día de la madre: “Madre, estoy buscando bellas palabras, que sean límpidas como gotas de rocío en pétalos de frescas rosas; quisiera que ellas, tuvieran el dulce acento del canto del ruiseñor y que al elevarse al cielo cual blancas palomas, se posaran ante el trono de Dios, para agradecerle en oración queda, por haberme dado una madre tan buena  como tú” (fragmento)...; y una poesía al General José de San Martín, recitada en ceremonia pública por 28 de Julio, bastó para saltar a la fama en la población escolar de mi vieja escuela: ¡Oh general San Martín! / Cuando los andes cruzaste / ibas dispuesto a morir / o regresabas triunfante / ¡Libertad, era tu emblema! /¡Libertad, eran tus leyes! / y brindándote llegaste / a Lima de los virreyes./ Eres grande entre los grandes /¡Oh inmortal Libertador! / Tu recuerdo esta enclavado / del Perú en el corazón. / Ahora duermes en tu tumba,/ cuál en un paño funeral / Tranquilo duerme/ ¡Oh valiente general!

Se comentaba entre parientes y amigos de la familia, que era “un niño revejido”, sobre todo, porque a una edad tan temprana, leía, escribía y a veces... opinaba; sin embargo, esta precocidad, no me hizo el mejor alumno de mi clase, algo me inducía a observar un perfil bajo y de rechazo a los castigos físicos que eran objeto los alumnos; eso sí, tan rápido como mi aprendizaje, leía en casa con mucho interés las obras literarias que abuela Rosita y mamá María Francisca ponían en mis manos. Simultáneo a mi cariño por la literatura, comencé a desarrollar animadversión por las matemáticas, quizá por el método traumático con que las enseñaba nuestro profesor de aula, quién nos formaba en círculo, mirándonos unos a otros y caminando por nuestro entorno formulaba sus preguntas, azotando nuestras posaderas si no sabíamos o nos equivocábamos en la respuesta. Los fustazos a mis compañeros me dolían tanto como si me los dieran a mí... Allí creo, nació mi rebeldía contra los abusadores.

Sobre mi “alma mater”, mi querida escuela, recuerdo su estructura de adobe, madera y caña brava, levantada junto al ambiente donde funcionaba la  Municipalidad Distrital de Chicama, con la cual compartía en diseño único, un “hall” de ingreso con puertas independientes de dos hojas y decorada la fachada por una gran ventana con barrotes de hierro tipo colonial, además de tres columnas ornamentales de madera, adosadas convenientemente para sostener el alero de madera que techaba el área mencionada. En la parte externa y alta del techo con vista a la calle, un escudo en alto relieve sobre un panel de madera y un asta para la bandera coronaba el edificio de un solo piso que albergaba nuestro centro educativo, en la arteria principal del pueblo.

El escenario donde funcionaba, existe hasta ahora, sin embargo ya no se usa para el mismo fin. De esa época tengo vivos recuerdos, sobre todo, de mis compañeros de aula y de quiénes identificada mi vocación y amor por las letras, me alentaban a seguir tras esa pasión. Fue el profesor José Ulises Ciudad Ponce, amigo de mi padre y mis abuelos, quién contribuyó  con sus conocimientos y recomendaciones pedagógicas para que aprendiera a leer y escribir tan niño, pocos años después, fui su alumno, y en ese lapso siempre recibí su apoyo, ayudándome con mucha paciencia a pulir mi lectura, mi expresión oral, mi ortografía, etc.; lo que motivó mi aprecio, respeto y gratitud eterna.


Hugo Tafur (Foto internet)
En esa época, el señor Ciudad Ponce, cumplía la doble función de maestro de aula y director de escuela. Hoy, una calle del pueblo lleva su nombre, perennizando así con justicia la labor de este gran educador, cuya actuación docente quedó grabada en el corazón de varias generaciones de chicameros, que gratos lo apodaron “El apóstol de La Libertad”. Cuando alumno de Primaria, el plantel docente que compartía la responsabilidad de la educación de los chicameros, era el siguiente: Profesor Julio Hinostroza, que recuerdo,  estudiaba Derecho en la Universidad Nacional de Trujillo UNT; profesor Santos Flores Ulloa; profesora Lidia Bocanegra y el profesor Diógenes Saavedra Vásquez, que estudiaba medicina en UNT; este último, autor de la letra y música del “Himno a la Escuela 257”, que cantábamos en formación diaria después del Himno Nacional del Perú,  a la hora de ingreso: “A ti venimos luz de Chicama,/ a ti venimos con el corazón / a ti venimos con toda el alma / porque queremos un Perú mejor. / Por  ti aprendemos lindas lecciones / que dan al hombre mayor poder, / por ti sabemos lo que tenemos: / Agua, tierra, aire, cielo y sol” (fragmento).
                                  
Por entonces, pasaba mucho tiempo en el hogar de mis abuelos maternos, abuela Rosita cuidaba de mí con mucho esmero y cariño, evidentemente estaba orgullosa del nieto. Ella atribuía mi precocidad a herencia familiar suya. Era el tiempo, que me encantaba visitar la huerta de mis tíos José Ferrer y tía Teresita, hermana de mi padre, quiénes nos permitían jugar con mis primos Segundo, Nelly y Tomás, con toda libertad por toda el área de su propiedad, aunque mi pasa tiempo favorito por entonces era “jugar a la escuelita”, en casa de mi tía Matutina, junto a mis primos: Nilda, Haydée, Rosa Evelia y José Ramón, bajo la complaciente mirada de mis primos mayores Yolanda, Román y Emperatriz, con todos ellos, desarrollé una entrañable amistad y afecto, que se prolonga hasta ahora. Mi padre por esa época, era muy joven y trabajaba mucho para construir su hogar, pero se daba tiempo, para pasar rato y jugar con el primogénito. Mi madre, pese a su inexperiencia y juventud, encontró la rutina práctica y útil que me convenía, jugando, me enseñaba a memorizar y recitar pequeñas poesías.

Fue en los primeros años de la década del sesenta (1952), cuando nuestra familia tan unida en mi pueblo sufre los embates de la separación familiar. Mi abuela Rosita, advierte que en el puerto de Chimbote, se iba configurando el milagro pesquero con un futuro expectante, así que decide, tras consultarlo con mi abuelo, emigrar al puerto en busca de mejores oportunidades. Este transplante me conmociona y trastoca mi amor por la literatura, era un párvulo, y sentía profunda tristeza alejarme de la familia y de mi pueblo... hacía poco tiempo, que tía Matutina y mis primos, compañeros de juegos y travesuras se habían marchado a vivir a la capital, en busca de mejores horizontes; con la misma expectativa, mis mayores decidieron nuestro traslado al puerto de Chimbote. Así, un día de setiembre, emigramos en busca de nuestro futuro. 

Realmente, el puerto no me era desconocido totalmente, mis abuelos tenían la representación de ventas de aguas gaseosas “Luz” de Chepén y en ocasiones, me habían llevado de paseo... nuevas amistades y una nueva escuela, eran parte de mis nuevas vivencias. En la “Gloriosa 329”, cuyo director era don Roosevelt Menacho Duque, me adapté rápidamente, participaba activamente en cuanta actuación cívica se celebraba y en cuanto concurso escolar se convocara; sin embargo, había dado de manos mi vocación literaria, en el fondo de mi alma la tristeza del cambio  no dejaba margen para la inspiración; lo que si seguía haciendo, con mucha avidez, era leer -sobre todo- cuando encontré donde aprovisionarme de literatura a precios económicos, como era el puesto de don Juan Chiri, en la paradita de Alfonso Ugarte; la librería "Gadea", en la cuarta cuadra del jirón Bolognesi; la librería "Luz", en la quinta cuadra de jirón Leoncio Prado y la librería de don "Luchito" Gamboa, en el centro, en la quinta cuadra de Bolognesi.

En la adolescencia, hasta alcanzar la juventud, no varió mucho mi actitud con respecto a la literatura y aunque de vez en cuando escribía, obstinado llenaba mis horas coleccionando y adquiriendo libros, música y poesía, producto de la independencia temprana que me permitía solvencia económica, al haber optado  por embarcarme y trabajar en el mar; sin embargo, terco escapaba de mi vocación literaria constituyéndome en un eterno fugitivo, discrepando con la idea de ser constante y permitir que esa pasión nacida conmigo plasmara lo que mi ardorosa creatividad e inspiración me dictaba, toda mi veleidad juvenil, nunca apagó ese gran amor enraizado en mi alma, herencia de mi raza y mis mayores. Cuanta razón tenía abuela Rosita, estaba en mis genes no había manera de arrancarlo.

La necesidad de trabajar para pagarme los  estudios y apoyar económicamente a mi familia, fue otra excusa que puso distancia con esa mujer que me apasionaba. Esa mujer de mirada electrizante, cuyos ojos fulgurantes como llamas ardientes, me hechizaba y seducía… Era como el fuego inextinguible que vislumbró Moisés sobre la zarza del Monte Horeb; llamado sensual de esa mujer, cuyo eco una vez más evadí sólo por darme una razón forzada... además había caído en la redes del amor juvenil y sólo tenía ojos y tiempo para ella. Pero tantas veces fui cruel y desdeñoso con mi vocación, figurada mujer y amante que sus lágrimas por mi displicencia me alcanzaron... una tormenta sentimental azotó mi mundo juvenil, haciéndome ingresar a una época glacial que congeló mi lira, mi mente y mi corazón. Hice mutis, y me retiré a mis cuarteles de invierno, tenía que serenar mi alma y curar heridas, dedicándome a fagocitar literatura, mientras olvidaba la decepción infligida por el amor romántico. Obras exquisitas sedaron mi dolor. Obras producidas por esa minoría de soñadores cautivados por la vocación de escribir, obras deliciosas a las que hice los honores correspondientes.

Más mi actitud desdeñosa con mi vocación, pronto capitularía, dejé de fugar y ante su canto misterioso mi indiferencia se hizo pedazos, como los muros de Jericó, cayeron ante el llamado imperativo de las trompetas del alma. Había que plasmar la decepción y la tristeza, antes de que el dolor desdibujara en una abstrata pintura mi razón y lucidez; casi de rodillas, fui a postrarme ante el altar de la inspiración... ahí ante la evidencia, concluí que quiénes traemos en la sangre los genes de esa pasión misteriosa, que es la vocación de escribir, jamás lo abandonamos realmente, su hechizo es superior al encanto producido por las sirenas de Cilento, que tentaron a Ulises en su viaje de retorno a Ítaca, en busca de los brazos de Penélope. Convencido, que en el ejercicio de su amor estaba implicada mi propia existencia y mi alegría de vivir… Caí rendido en los brazos de esa mujer... la Literatura.

Completado el axioma y rendido, dejé que fluya la inspiración desde los vericuetos del alma, de donde emanan los arroyos cristalinos del amor y la fantasía, que en la cima de la locura creativa nos hace sentirnos dios. El amor había triunfado, la vocación que traía en la sangre podía alumbrar los hijos literarios que en el ejercicio íntimo del silencio concibiera, junto a duro trabajo y disciplina. Feliz y fascinado, comencé a sembrar para el mañana. Tenía que sacudirme de esa frustración dolorosa del amor juvenil y de pasar por la vida sin dejar huella. Por fin, era dueño de mi destino.

Desde entonces, muchas horas he dedicado a esta pasión. Muchas horas amando a esa mujer que cada día me cautiva y me seduce más. El ejercicio de esta locura de amor por la literatura, me torna inmensamente feliz. Pierdo la noción del tiempo, cuando transido e inspirado, plasmo con los pinceles y paletas del alma una crónica o un poema, cuyos colores arranco del arco iris de nuestro bello idioma... sintiéndome realizado como padre literario ¿Pero de dónde me viene ese amor entrañable por las letras?

Cuando niño, en reiteradas oportunidades escuché expresar a mi abuela materna, doña Rosa Mendoza González, natural de Santiago de Chuco, descendiente del tronco genealógico de los Mendoza de esa tierra, su convicción de que la facilidad con que aprendí a leer y escribir y mi amor por la literatura, era herencia genética de su raza, cuyos familiares eran muy inteligentes "sobre todo el “Sullka”, decía, hijo de la tía María, a quién según mi mamita, le gustaba leer y escribir desde niño"… ¿Y quién era el “Sullka”? Años después lo supe, se refería al vate santiaguino, César Abraham Vallejo Mendoza. Cierta o no esta relación, por que nunca verifiqué esta ascendencia familiar, es un honor transitar en la huella del "Sullka".

Chimbote, 30 de abril de 1967
Archivo BITACORA 13 (20.07.72) Restaurada después del terremoto
Revisada para el blogg (JAPÓN 37-20111202) Tochigi Ken
 

domingo, 20 de noviembre de 2011

Gomerka Andorí Callí (Romance) - Bitácora 13

Gomerka Andorí Callí (*)1

Escribe: Hugo Tafur
         (peruano)
Hasta hoy me causa morriña su recuerdo. Estaba dejando la adolescencia cuando la conocí y desde entonces su impresionante belleza y singular personalidad anidaron en mi mente y corazón para nunca olvidarla; ha transcurrido el tiempo y puedo concluir, que su presencia siempre estuvo viva en mí, influyendo desde la sombra, callada, anónima y celosa; idealizada en exceso quizá, se constituyó en un parámetro inevitable con quién comparé a las mujeres que pretendía, pareciéndome ninguna lo suficiente hermosa ni virtuosa para ocupar su lugar. Su recuerdo se mantuvo vivo por años, compartiendo alegrías y tristezas.

Una tarde cuando el invierno se marchaba y la primavera llegaba, su tribu acampó levantando su "chater" (campamento) multicolor muy cerca del perímetro urbano. Más tarde, desde las coloridas tiendas salió acompañada de su "bata" (madre) rumbo a la ciudad, se movía cual cadenciosa palmera de oasis. Tenía una figura excepcional, piel canela y de espigado talle. Sus largos cabellos negros ondulados, caían sobre sus hombros como una cascada semejando un velo de novia; sus grandes ojos verdes, tenían impreso una dulce y expresiva mirada, eran como luceros reflejados en la superficie de un mar sereno…ojos felinos con profundidad de infinito. Una puerta al cielo de la dicha; su boca pequeña, delicadamente delineada por la naturaleza, tenía dibujaba una expresión perenne de luz y alegría que nunca vi ensombrecer…copa de ternura de la cual bebí con devoción sin percatarme que su sabia se impregnaría en mi alma para siempre. Pero eso fue después, aquel día, mi labor de marino reclamaba mi presencia y junto con mis compañeros me hice a la mar.

Durante toda la navegación no pude apartar su rostro de mi mente, de pie, en la proa, oteaba el horizonte tras una quimera. En nuestro rumbo nos cruzamos con juguetones delfines, un grupo de ballenas, una enorme tortuga que nadaba cansina a flor de agua, cientos de aves marinas que volaban en apretadas bandadas buscando los bancos de anchovetas para saciar su hambre…pero nada de esos avistamientos caros y hermosos en otras ocasiones, me sustrajeron de la idea fija que embargaba mi mente. Cumplida la faena y con nuestras bodegas rebosantes de pesca retornamos; acercándonos a puerto, contemplé desde el puente de la nave, las tiendas multicolores de los gitanos, pensé, en alguna de ellas debería encontrarse la bella gitana que me tenía extasiado.

Parece inevitable que los seres humanos en algunas ocasiones seamos juguetes de esa fuerza portentosa que actúa irremediablemente sobre nosotros de modo directo o adecuando acontecimientos para involucrarnos. Esa fuerza desconocida que muchos llaman destino, ha modificado para bien o para mal el futuro de muchos. En lo que a mi respecta, pareciera que esa fuerza desconocida me arrastraba para entrecruzar mi camino con Gomerka, inesperadamente, había hecho nacer en mí, un insólito e increíble sentimiento de amor, el cuál quizá nunca hubiere sido correspondido si esa misma fuerza extraña y singular, no hubiera configurado la casualidad que marcó para siempre mi vida.

Una mañana, un grupo de bellas mujeres de la tribu gitana visitaban el muelle artesanal, algunos niños gitanos venían con ellas, la algarabía era evidente; de pronto, todo cambió, gritos excitados anunciaban que algo sucedía, un pescador que lo había visto todo nos gritó a los que nos acercábamos en una “chalana” a desembarcar en el muelle: ¡Un niño, un niño, ha caído al agua! Mientras señalaba el sitio -todo fue tan rápido- miré hacia el lugar señalado y pude advertir en la confusión la manita del niño; presto, sin pensarlo me arrojé hacia él, me sumergí y lo pude ver bajo la superficie, lo tomé por la ropa y lo hice volver arriba luchando contra el vaivén de las marejadas, el niño comenzó a llorar desesperadamente -buena señal- mientras los de la “chalana” remaban para acercarse y terminar el rescate. El niño, aunque un poco maltrecho, muy asustado y muy mojado, volvió sano y salvo a los brazos de su gente, quiénes me agradecían con expresiones que en ese momento no entendía: “¡Mistó!, ¡Mistó!”; “Mistó, baribustris garapatis”; “Garapatis Adebel”. Pero ¡Oh! insondable misterio, quién lo hubiera dicho, más tarde lo supe, el niño era hermano de la joven gitana que me había turbado con su belleza, pero que ese día no estaba en el grupo que visitaba el muelle.

Después de varios días, parecía que el incidente ya se había olvidado; salvo en la plática de algunos pescadores que lo recordaban como anécdota. Sucedió un día que comprando flores, me acerqué distraído por la presencia de tres mujeres gitanas, a unas rosas que acaban de poner a la venta y al extender la mano para coger la más hermosa, sin percatarme, cogí la delicada mano de una de ellas que también la reclamaba como su elegida; tal fue mi confusión, que me sonrojé y me apresuré a pedirle disculpas…ella al mirarme dijo: “Tucue, tucue…orí” y salió presurosa de la florería, mientras las otras dos gitanas me miraban con cierta simpatía y amabilidad.

Yo iba abandonar el lugar sin comprar las flores, temía haberla ofendido y quería evitar una confrontación; cuando se apareció nuevamente la joven gitana acompañado de un caballero gitano y una chica bellísima, que no era otra que Gomerka. El gitano, me extendió su mano y estrechó la mía con mucha afabilidad, agradeciéndome en perfecto español, por haber salvado la vida de su hijo. La joven gitana a la cual agarré la mano, había estado en el muelle y era ella quién había llevado al niño que salvamos de ahogarse. Ella a su vez, era prima del niño y de Gomerka, y al reconocerme en la florería salió presurosa en busca del jefe de la tribu, que era el caballero gitano que me saludó efusivamente, padre (“bato”) de Gomerka. Según me refirió, hacía días, que me buscaba, incluso habían ido al muelle, a tratar de contactarse conmigo. Tras su saludo, el jefe de la tribu me invitó a visitarlo en su campamento para ese fin de semana, día que se celebraría un matrimonio. Yo muy honrado, se lo agradecí y le aseguré mi presencia. Al despedirnos, Gomerka y yo, intercambiamos una mirada evidente de mutua simpatía y admiración.

Ni que decirlo, aquella noche, gracias a la deferencia del jefe fui un invitado de honor de la tribu. Era un “Gaché”, es decir, un individuo no gitano, que tenía el privilegio de presenciar en vivo y en  directo las costumbres ancestrales del pueblo gitano y disfrutar de su amistad. La ceremonia del matrimonio se cumplió en la más estricta tradición y solemne costumbre, incluido el testimonio del pañuelo manchado. Luego la felicidad del novio fue acompañada por los hombres de la etnia que pulsaron guitarras y una especie de mandolina, cantando con mucha alegría y las mujeres solteras primero, bailando con mucha sensualidad; sin embargo, ¡Oh, delicia! Esa noche, no tuve ojos más que para Gomerka, cuyos ojos brillabann con intensidad, cuando en compensación a sus atenciones recité “El duelo del mayoral”, con el acompañamiento de la guitarra de Edorta, un gitano joven con quién trabé gran amistad.

En respuesta, Gomerka, violín en vano, interpretó lindas canciones de amor…mientras me miraba con dulzura. Apenas tuve oportunidad, me acerqué y le hice saber que sus canciones eran lindas, pero que su belleza no tenía parangón. Aquella noche, el jefe de la tribu, me otorgó la condición de amigo y el permiso de visitarlos cuando quisiera. Edorta y un mocito gitano me acompañaron de retorno a casa, en el camino me contaron que hablaban  el dialecto Caló, derivado de la lengua Romanó, una de las lenguas más antiguas del mundo; sin embargo, también hablaban castellano, el que aprendían por la obligatoriedad establecida por ley, de que el Pueblo Gitano dentro del territorio español debe expresarse  solo en este idioma. Obligación que me pareció injusta, intolerante y represiva, atentatoria contra la cultura, costumbres y tradición del Pueblo Gitano.

Amigo ya de la tribu, tres días después visité el campamento, acercándome con cualquier excusa a Gomerka, quién se sentía complacida con mi presencia e inteligentemente decidió por un pretexto que nos permitiría conversar y estar a solas, cogió unos cubos y camino por los viejos sauces nos fuimos a recoger agua. En el camino, sus ojos me transmitieron un mensaje de esperanza, que ya a solas, se confirmó como amor. Desde  aquel día, no amábamos con intensidad, como si fuera el último día de nuestro amor imposible, ella lo sabía y me lo advirtió; sin embargo, lo mantenía, lo alentaba y le rendía culto a nuestro “camelar” (amor), haciéndonos olvidar que por nuestra raza, costumbre, tradición y leyes gitanas, esta magia que vivíamos se disiparía como niebla cuando llega el día…y que esta dicha y felicidad, sería efímera...salvo a costa de mucho dolor y desprecio.

Un día en que las labores marinas me retuvieron más de lo acostumbrado, ocurrió lo que me dejó esa huella indeleble de su amor imposible. Desde el puente de la nave no pude ver el multicolor campamento -me parecía alucinar- desembarqué presuroso  y fui hasta el lugar donde se asentaban las carpas, mi tristeza se mezcló con los vestigios que quedan al levantarlas; cavilaba en mi dolor que actitud asumir, me sentía abandonado pese que de antemano sabía que lo nuestro no podría ser… Las lágrimas pugnaban por expresar mi estado de orfandad, estaba aturdido…y confuso.

De pronto, sentí que un coche aminoraba su velocidad e ingresaba al lugar en que me encontraba tratando de ordenar mis ideas, se detuvo junto a mí y de el bajó Edorta, mi amigo, y Naroa, la prima de Gomerka, quiénes a instancias de ella, portaban su adiós…me entregaron un lindo pañuelo (“pichó”), una rosa roja, muy hermosa (“cagiñí”) y una nota escrita con mano temblorosa que aún conservo y en la cual se lee: “Amor mío: Entiendo el dolor que te causo, porque yo misma lo estoy viviendo; sin embargo, no me queda otra alternativa que marcharme con los míos. Hemos sido conminados a abandonar el país, so pena de ser encarcelados, por considerar que tenemos costumbres y comportamientos inmorales que solo existen en sus mentes calenturientas, intolerantes y represivas. Para nosotros, vivir en este mundo nos resulta harto difícil, pues se nos segrega, se nos discrimina y se nos pretende desaparecer como Pueblo; por ello, conservamos nuestra unidad a prueba de todo estemos donde estemos. Te ruego, no intentes seguirme. Volveré, te lo prometo, con la muerte del invierno y la llegada de la primavera. Te adoro, Gomerka”…Edorta y Naroa, se negaron a darme la ruta que seguirían, más bien me recomendaron: “No la sigas. Le harías mucho daño. Espéralo”.

Desde entonces, pasaron varias primaveras esperando que retorne la “andori callí”. Nunca más supe de ella.

(*)1.- Dialecto Caló: “Andorí Callí”, golondrina gitana

Chimbote, 30 de setiembre de 1967
Publicada en el Diario "Últimas Noticias" de Chimbote
Revisada para el blogger (JAPÓN 36-20111120) Tochigi Ken

sábado, 19 de noviembre de 2011

LA CÉFIRA (Relatos del mar) - Bitácora 13

Mi primera esperiencia en el mar
La Céfira

Escribe: Hugo Tafur
       (peruano)
Tanto insistí con mi amigo "Luchito" Fiestas Lamas, motorista de la lancha “Ana”, que no quedó más remedio que rogarle a don Lucio Chávez, patrón de la pequeña embarcación de madera “La Céfira”, que me sacara a pescar por unos días; mientras, veríamos en la Compañía Pesquera “Santa Martha”, con quién embarcarme. Por entonces, si bien tenía buena talla y buen físico, cronológicamente era muy joven para las faenas pesqueras, era difícil me aceptaran como tripulante de una embarcación, salvo, claro está,  que encontrara un capitán buena gente, que quisiera aceptar el riesgo. La casualidad me había llevado precisamente a ese tipo de persona, don Lucio Chávez, un hombre de gran corazón, padre de familia, quedó impresionado por la seguridad y convicción con que me expresaba; según me refirió años después, me embarcó “por unos días” a pesar que su tripulación estaba completa y era experimentada... ellos solidarios, aceptaron mi presencia sin protestar.

Había llegado la hora de la verdad... tendría que mostrar lo que había aprendido en horas de “clases” intensivas, dictadas por  mis amigos: Luis Fiestas Lamas, Augusto Valdivia y “El Gordito” Domingo, a bordo de sus embarcaciones, en el fondeadero de “La Caleta”, iba a dar examen sobre lo que sabía. Se me había enseñado teoría y práctica del arte de la pesca, se me ejercitó haciendo nudos marinos, empates con cabos de nylon y cable de acero, cuadrar red, tejer mallas y remar… sabía nadar ¿Cuánto quedó del esfuerzo?.. se pondría en evidencia en esta salida. Gracias a Dios, puse mucha atención e interés, junto a una actitud humilde para aprender, me sentía preparado para afrontar el examen... no les fallaría a "mis maestros". Aquel fin de semana, cuando retorné de mi primera experiencia marina, ellos, luego de converzar con don Lucio Chávez, comentaban bromeándome: “Salió aumentado y corregido”, “Tiene alma de “Capi”. Pronto quedaría confirmada esa apreciación, tenía quince años con cinco meses de edad cuando se dieron estas vivencias... el dinero para ayudar a mi familia y seguir estudiando se hacía posible...
     
Bamboleándose a capricho del viento y las ondas marinas, en la penumbra del amanecer, la pequeña embarcación de madera abandonó la rada a toda máquina, por la "Bocana Chica" de la bahía “El Ferrol”. En su ir y venir las colosales marejadas chocaban con estruendo en la mole de la isla, luego al retirarse dejaban al descubierto la base rocosa sumergida de la "Isla Blanca”, donde adheridos se veían grandes mariscos y cientos de cangrejos  tragones; era su hábitat y les debía saber delicioso el festín a los crustáceos. La tripulación habituada a ese vaivén, ni se inmutaban con los bandazos y remesones que daba “La Céfira”. La pequeña nave era elevada como juguete por las marejadas, y luego dejada caer violentamente contra la maza de agua, produciendo al estrellarse su casco con el mar, un chasquido que además arrojaba agua por babor y estribor.
 
Poco después de dejar el puerto y las islas, el capitán vino y me preguntó si me sentía bien; sucedía, que él responsablemente, estaba teniendo en cuenta mi condición de novato, que en la mayoría de casos es una experiencia bastante traumática, pues se sufre de mareos y nauseas, condición que no me tocó vivir, ya que previamente, como entrenamiento, había salido a lavar boliche con "mis instructores". Poco después, la pequeña embarcación, enrumbó hacia fuera, donde sentí que la furia del viento amainó, lo que dio motivo a una condición de mar serena, sin marejadas, con buena perspectiva de pesca. La guardia precavida, arregló con anticipación la maniobra, cabos, anillas y cabecero, fueron chequeados escrupulosamente, nada debe fallar a la hora que se mande arrear; finalmente, con gran oficio, adujaron en la borda de popa la gareta y la tira atada a la boya-señal, trabajada como una corona con una docena de corchos de boliche.

A esa hora del amanecer, el sol matinal se empina sobre la cresta de los andes ancashinos, diluyendo con sus rayos las brocadas gasas de húmeda neblina, que desde siempre, envuelven la bahía de Chimbote. Las aves marinas de las islas aledañas, habían abandonado muy de madrugada sus nidales y en raudo vuelo, seguían a la lanchada flanqueándolas, era una bandada de miles de guanays, pelícanos, piqueros, albatros, zarcillos, potolluncos, aceiteritos, pardelas, etc., todas  siguiendo su instinto, nos acompañaban... para todas, habría alimento en la rica y generosa fosa del mar chimbotano, que contenía suficiente cantidad y variedad de pescado para alimentar a hombres, animales y aves, que pululaban en sus riberas y en sus islas...

Lobos golosos se metían en la bahía y después de bucear un poco salían a la superficie disfrutando un enorme lenguado; mientras, un poco más allá de la bocana, bellos y acrobáticos delfines, ponían a prueba su pericia y dominio del mar, haciendo casi a flor de agua, mil piruetas a gran velocidad, parecían retar en velocidad a la veloz embarcación “La Céfira”, que conducida a toda máquina por la experta mano de su patrón don Lucio Chávez, se desplazaba señorial sobre el Océano Pacífico, siguiendo la lanchada que señalaba el rumbo. A fines de la década del 50, no existían radar, sonar, navegador por satélite, para embarcaciones pesqueras, menos, para naves tan pequeñas como  “La Céfira”, que sólo contaba con un compás incipiente, para orientarse en el mar. Todo se confiaba a la experiencia e intuición del patrón; esa “Cancha”, que con el tiempo adquiere el pescador dándole características de lobo marino, le permite otear la presencia de pescado, hasta en la brisa marina; precisamente, en ese momento, la lanchada ya había encontrado al plateado cardumen, en ancha fila india, las aves marinas se dirigían en una sola dirección fuera de la “Cola del Santa”... ¡Sí, allí estaba la pesca!

Pronto se divisó a la lanchada calada, todas las embarcaciones llegaban y arreaban, “el morado” estaba quieto, inmóvil, “atontado” por el sinnúmero de cercos que caían uno tras otro y le impedían el paso. “La Céfira” no fue menos ¡Listos!...gritó el patrón en el puente, mientras cuadraba la embarcación, según las indicaciones que le hacía “el proero”, quién con la diestra en alto señalaba la dirección en que corría la pesca… "¡Gorgorada, como mierda!" dijo el viejo Bayón. Cuando don Lucio, gritó: ¡Arrea!.. ¡Arrea, carajo!.. Boya, tira, cabecero y gareta, fueron arrojadas por la popa de la lancha, mientras el capitán comenzó a dibujar su cerco imprimiendo máquina, una figura en círculo, buena cala fue el resultado. No llegábamos a la boya y la anchoveta ya saltaba en el corcho... los pescadores no cabían en su entusiasmo y golpeaban la borda con furia, para aturdir el pescado que luchaba por escapar. 

Rápidamente, con destreza, usando un gancho adosado a una vara de eucalipto, fue recogida la boya por la proa, se desataron los jibilais y fueron pasados por las pastecas respectivas, colgadas en “La Burra”. El winche crujía al recoger la gareta, la bolsa ya estaba formada y al cardumen no le quedaba más remedio que nadar en la gran pecera que le habían construido... ¡Corten, corten!... ordenó el patrón desde el puente. Tan rápido como se podía, cogieron el cabo de corte y lo llevaron al tambor de popa, luego fijaron con una retenida en la bita de proa al cabecero y “moño” al centro comenzamos a secar la bolsa... primero a pulso y luego con el “sencillo”, que  subía y bajaba diestramente, al grito de ...¡Lleva!... ¡Arrea! del “moñero” y el “estrobador”. El “winchero”, muy ágil y diestro seguía la maniobra, pese a que con el cabo del sencillo se quemaba las manos, el cuál, con la fricción en el tambor de metal recalentaba despidiendo humo y vapor, temperatura que era aplacada  con agua fría del mar.
   
Finalmente, una gran retenida, daba por terminada la maniobra del secado. Por fin el pescado dejó de “pelear” en busca de su libertad, miles y miles de anchovetas plateadas, aparecieron casi inertes en sus últimos estertores haciendo una gran convulsión en la bolsa, que se bamboleaba al compás de las marejadas  a un costado de la embarcación.  Era cuestión de mantener la lancha popa a la mar, para envasar con tranquilidad, lo que se lograba con un enorme remo atado en la popa de la nave. Los gritos de ¡Lleva! ... ¡Arrea!, se seguirían escuchando como voces directoras en el momento de envasar, el “Chinguillo” era metido con mucha destreza a la bolsa de peces y levantado con el gancho del “sencillo” al compás de las marejadas, hasta la escotilla de la bodega, donde se afloja la prensilla y caía el pescado; una persona va controlando que la carga se efectúe sin comprometer la estabilidad de la embarcación, es decir, no se escore, para ello, mueve la tapas de la bodega de babor y estribor, así hasta terminar de cargar. Terminada la maniobra del envasado, se suelta las amarras y se levanta “el cabecero” del boliche, luego lentamente para comprobar la estabilidad y se acomode la carga en la bodega la embarcación es movida lentamente, finalmente, a toda máquina, emprende el retorno a puerto.

Fue así como tuve mi bautizo en las labores del mar, a bordo de esa pequeña embarcación de madera, “La Céfira”, cuyo nombre le fue puesto posiblemente, para recordar al más benigno de los vientos, representado por el dios griego del viento oeste, Céfiro. Gracias, también, a la bondad y apoyo de un gran “lobo de mar”, don Lucio Chávez, que hoy en día, pasados los años, me honra con su amistad.

Horas después, avistamos la caleta de Coishco y los grandes colosos guardianes de nuestro querido Chimbote: El Cerro Chimbote, (años después, lo han denominado como Cerro de la Juventud), La Isla Blanca, Los Ferroles y el Cerro “El Dorado”…la pequeña embarcación, cargada de peces y esperanzas, dibujó su silueta triunfal en la “Bocana Grande”, llevando a bordo a un grupo de esforzados y corajudos pescadores y un imberbe jovencito, que unido a ellos, soñaba con un futuro mejor.

Chimbote, 25 de marzo de 1962
Revisada para el blogger (JAPÓN - 35-20111119) Tochigi Ken 

viernes, 21 de octubre de 2011

La Tía Sara (Historia) - Bitácora 13

La Tía Sara
Escribe: Hugo Tafur
         (peruano)
Hace 34 años, los sindicatos de trabajadores y empleados de la Empresa Siderúrgica del Perú SIDERPERÚ, unidos en un solo frente, declararon en multitudinaria asamblea general la huelga general indefinida, para hacer respetar sus pactos y convenios que la Empresa pretendía burlar pese haberlos acordado y firmado. La huelga adquirió ribetes dramáticos y heroicos en nuestro puerto durante 52 días; y si bien, el saldo final fue el triunfo, este se vio ensombrecido por la muerte de Genaro Rojas Bardales, un dirigente juvenil del barrio Magdalena; también catapultó a Zoila Valdivia Paz, una mujer humilde, que no siendo siderúrgica, se identificó con la lucha proletaria y se sumó a ella en solidaridad de clase. Naturalmente, en medio del fragor de la medida sindical, otros hechos dignos de ser contados ocurrieron; por ahora, permítaseme reseñar la actuación valerosa de esta mujer que en el contexto de la gesta histórica que sostuvieron con decisión los siderúrgicos brilló por su coraje; sin embargo, también, dejemos para la posteridad, los nombres de quiénes encabezaron tan dramática lucha sindical, con el arrojo de su juventud y la razón de su derecho, fueron: Francisco Vásquez León, Secretario General del Sindicato de Obreros y Rafael Velásquez Rengifo, Secretario General del Sindicato de Empleados; junto a ellos, los valerosos dirigentes: Almagro Gil Suárez, Ángel Loayza, Ladislao Chávez Gil, Luis Arteaga, etc., etc., y otros que lucharon a brazo partido para defender los derechos de los siderúrgicos, llenándose igual de gloria con el triunfo de la huelga sindical. Conseguiremos sus nombres. (Japón.21.Oct.2011)

Como dije en la introducción, esta historia tiene como marco la heroica lucha sindical sostenida por los sindicatos de empleados y trabajadores de Siderperú, por esos años, columna vertebral de las luchas proletarias de nuestra provincia. Se iniciaba el último mes del año 1977, era el 5 de diciembre por la tarde; reunidos los dos sindicatos en una asamblea multitudinaria acordaron la huelga general indefinida, como respuesta a la intransigencia de la dirección de la empresa para cumplir con los pactos y convenios acordados y firmados. A partir de ese momento, los cinco mil siderúrgicos se dispusieron a la lucha, en el entendido, que esta podría prolongarse y adquirir ribetes dramáticos y duros, pues como recordaremos, gobernaba el país una casta de militares y la gerencia de la empresa lo ejercía el comandante A.P. Luis Felipe Cáceres Graziani, marino en retiro, que la cundiría siderúrgica bautizó como “Cuellito”.

Chimbote estaba conmovido, la organización de la huelga se planteó audaz y muy disciplinada, en cada barrio se establecieron comités y “ollas comunes” con instrucciones y responsabilidades precisas; ejerciéndose una férrea marcación sobre posibles “amarillos” y mucho celo para descubrir cualquier atisbo “rompehuelga”. Los chimbotanos miraban con simpatía la medida sindical y cientos de familiares y amigos se plegaron en apoyo, organizándose los comités de damas que en la práctica era el “arma disuasiva” a cualquier traición. Diariamente, los siderúrgicos, cumplían diferentes tareas para cuidar la unidad y moral combativa de los hombres del acero. Igualmente, con veloces marchas de protesta por las diferentes arterias de la ciudad y declaraciones informativas de los dirigentes a la prensa y la radio, se mantenía vigente en la conciencia porteña la justicia de su reclamo y de su lucha sindical.

Para la policía, la huelga era un rompe cabeza, imposible de estar en todas partes por la noche; al amanecer, uno y otro lugar estratégico amanecía con calles y avenidas bloqueadas. Muchos policías amigos nos confesaron su hartazgo y desaliento, era imposible reprimir y controlar el orden, sobre todo de noche cuando se producían estas acciones; además, entendían, que el reclamo de los siderúrgicos era justo y se sentían mal al enfrentarlos, sobretodo, cuando esa maza compacta de varias cuadras de largo, sabía golpearlos moralmente, al corear al unísono: ¡El pueblo uniformado, también es explotado!..y eso, era la pura verdad, vivían con un sueldo mísero.

La huelga se iba prolongando por 10, 15 y 20 días, las posiciones en el tablero del ajedrez reivindicativo no variaba, más bien, la huelga de los siderúrgicos se fortalecía, Chimbote hizo suya la medida sindical, las dirigencias barriales se pronunciaban y se sumaban a ella; distintas instituciones, sindicatos y personalidades se declaraban a favor y pedían que la empresa termine con la huelga reconociendo el derecho de los siderúrgicos. Las ollas comunes recibían la solidaridad de los mercados de la ciudad, pescadores, comerciantes, etc.. Para la óptica del gobierno militar, era evidente que la situación se podría tornar “peligrosa” por el apoyo que recibía de la ciudadanía y la capacidad combativa que mostraban los siderúrgicos, y desde palacio se ordenó romper la huelga, la empresa siderúrgica estaba habilitada para usar todo su poder económico para desprestigiarla, para ello, compró a nivel local y nacional, medios periodísticos y periodistas venales que iniciaron una ferrea campaña tildándola de política…ardía Troya.

Que momentos aquellos. Se recurría al chantaje, a la extorsión y se sembraba “bolas” para quebrar la moral combativa de los siderúrgicos, torpedeándola incluso en su mismo seno. La respuesta de los “hombres del acero” no se hizo esperar, desenmascaraban a los “amarillos”, traidores y arribistas, “matándolos moralmente”, se les capturaba, se les cortaba el cabello y se les pintaba de amarillo, exhibiéndolos públicamente…sus nombres eran inscritos en el muro del oprobio del sindicato. La fuerzas policiales, incrementada con más efectivos eran cada día más provocativa y represiva, atacando la misma sede sindical. La respuesta siderúrgica a esta sistemática agresión, fue contundente: ¡Paro Provincial!

En ese marco, las “bolas” y la información sesgada de la prensa comprada causaron al principio confusión y cierto desaliento, lo que determinó que se manejara con mayor fluidez información oficial en la sede sindical...pues la empresa imprimía volantes apócrifos para desorientar a los siderúrgicos en huelga. Ese momento de debilidad, fue quizá el momento más crítico donde pudo romperse la huelga, pero no fue advertida ni aprovechada la oportunidad por la empresa, le fallaron los "soplones". Superada la emergencia,  los siderúrgicos retomaron su medida sindical con fe y decisión; la dirigencia, con la opinión y apoyo de los siderúrgicos más lúcidos, reajustó su estrategia, organización y desenvolvimiento, haciendo con ello cambiar el rumbo de la historia ya que los “hombres del acero” reafirmaron su convicción en el triunfo.

En ese contexto, aparecía con notoriedad una mujer singular que se irguió con la dignidad de una heroína del pueblo proletario. Esa mujer, traía alas de mariposa y sobrenombre despectivo “Sarandonga”. En otros tiempos, cuado vivía en Barrios Altos, en el distrito del Rimac y luego en Chimbote, su belleza había cautivado y de hecho quitado el sueño a muchos hombres, los cuales la halagaban y asediaban; pero esa belleza, igual que las flores, se fue marchitando…y los mismos hombres, que ayer caían rendidos fueron crueles con ella, consumieron no sólo su vida y su belleza, sino también, deformaron su nombre apodándola “Sarandonga” , todo porque en medio del vértigo del trago, el humo del cigarro y la fiesta interminable, gustaba embotar sus sentidos bailando aquella canción del dúo cubano “Los Compadres”. Así transcurría su existencia, en medio del jolgorio y la despreocupación, hasta cuando se inicia la huelga general indefinida de los siderúrgicos, la organización y acción llegó hasta los barrios periféricos de la ciudad.

Ella, un poco para cubrir su necesidad de alimentos y matar el hambre, se plegó a la olla común que funcionaba en el local del Sindicato de Obreros de Siderperú; ahí, al calor del fogón y la lucha sindical, conoció lo que significaba “reivindicación” y de la noche a la mañana se sumo a la lucha de sus hermanos siderúrgicos, pues también entendió, que los proletarios eran sus hermanos de clase. Cuando la policía atacó la sede sindical, arrojó bombas lacrimógenas y disparó balas para amedrentar, ahí estaba ella, inmutable, feroz, corajuda, balde de agua en mano, recogiendo y devolviendo a los policías represivos su bombas o ahogándolas en el agua de su balde. Su ejemplo y su coraje en primera línea, acicateó e incentivó a los siderúrgicos que ya abandonaban su sede, volviendo a defender y recuperar su local.

Esta mujer excepcional de físico esmirriado y pies ligeros, sin ser siderúrgica, se constituyó en tal, al involucrarse con cuerpo y alma en la lucha de sus hermanos de clase. Repartía volantes, cocinaba y atendía con alimentos a la guardia nocturna…fue “Chasqui y Ángel” los 52 días que duró la huelga de los obreros y empleados de Siderperú. Por ello, cuando el siderúrgico celebraba el fin de su huelga, no olvidó su apoyo y entrega heroica a su causa y en Asamblea General Conjunta de los dos sindicatos, los hombres del acero le rindieron sentido y merecido homenaje reivindicando su nombre y llamándola con respeto “La Tía Sara”. Luego, la dirigencia que encabezaba el Secretario General del Sindicato de Trabajadores Siderúrgicos, Francisco Vásquez León, le dio empleo en el mismo sindicato y desde entonces hasta hoy, esa pequeña mujer digna y dignificada por sus hermanos siderúrgicos, vive en uno de los ambientes del local sindical, junto a sus amados hijos. De esa mujer coraje, jamás te olvides siderúrgico, su nombre real Zoila Valdivia Paz, pero puedes seguir llamándola con respeto y cariño “La Tía Sara”…"La Chasqui", del proletariado siderúrgico:“Cuando la duda asaltaba la trinchera / como la más firme aliada del patrón, / llegó con su ejemplo y su coraje / a unirse a las huestes en acción”(*)1…La noche quedó atrás.

(*)1.- Fragmento del poema La Tía Sara, del mismo autor.

Chimbote, 06 de diciembre de 1995
Archivo BITÁCORA 13 (06.12.95) Chimbote
Revisada para el blogger (JAPÓN 34-20111021) Tochigi Ken
PUBLICACIÓN:
Primera vez.- En el diario Nueva Imagen-Últimas Noticias (Chimbote, Junio-1996)
Segunda vez.- Diario Regional- Las Últimas Noticias (Chimbote, 05.12. 2003) Pág. 08.
Tercera Vez.- En internet: en blogspot.com-bitácora 13 (Japón 21.10.2011).

martes, 11 de octubre de 2011

Terror en la fábrica (Misterio) - Bitácora 13

Terror en la fábrica

Por: Hugo Tafur
     (peruano) 
Estamos a fines de septiembre, y la estación de otoño se anuncia bastante cruda aquí en Japón, fuertes vientos helados han comenzado a remecer los árboles, desbaratando sus follajes y sembrando las calles aledañas de las ciudades con millones de hojas secas que van y vienen según el capricho del viento y los pequeños remolinos que se forman. Es un día gris que ensombrece el ambiente, tornando el paisaje urbano en una visión incolora y fría que decide a no salir de casa, para protegerse de las inclemencias del tiempo. Por añadidura, una persistente lluvia inesperada por cambio de rumbo del tifón, termina por demoler el pronóstico del tiempo anunciado en la televisión... caprichos de la naturaleza.

Aquel viernes, fin de semana laboral en la fábrica, la jornada terminó a las cinco de la tarde. Apenas sonó el timbre, los trabajadores abandonaron presurosos las instalaciones; sólo se quedarían en ella, unos cuantos convocados para laborar en sobretiempo, con la finalidad de hacer mantenimiento, limpiando los sistemas de aire acondicionado y dejar en orden los materiales de la línea... La planta en general, poco a poco fue quedándose a oscuras, al irse apagando la iluminación de las distintas áreas. Al terminar la jornada de sobretiempo, Taira san y Pedro Fukuda, se dirijieron hacia el vestidor para cambiarse la ropa de trabajo, ponerse algo de abrigo y retirar sus pertenecias; mientras, sus pocos compañeros, desaparecían en grupo rumbo a la salida de la fábrica... el tiempo se presentaba inestable, había que llegar pronto a casa.

Terminado de mudar sus vestimentas, los dos amigos procedieron abandonar su área de trabajo, en el camino, iban cumpliendo la recomendación de ir apagando las luces de la zona, la misma que sin iluminación y sin actividad laboral se iba sumiendo en tétrica penumbra y en acentuado silencio, tanto así, que permitía escuchar el eco nítido de sus pasos sobre las tapas metálicas de los ductos y el arrastrar de los pies para no tropezar. Pedro Fukuda caminaba detrás de Taira san, ya que siendo nuevo en el área, el japonés conocía mejor el camino hacia la puerta de salida y de este modo evitaba colisionar y golpearse.


Estaban en el tramo final de su recorrido, por medio de las pilas de los productos almacenados, faltaba unos 50 metros para alcanzar la salida, cuando algo extraño los desconcertó y detuvo su caminar... la pequeña puerta de ingreso del personal, ubicada a un costado del gran portón de la nave se abrió  violentamente, pensaron que era el viento, pero no…fue como si alguien la franqueara, más en la claridad del marco iluminado por el alumbrado externo, nadie se dibujó... volviéndose a cerrar la puerta, esta vez con suavidad, como si alguien la guiara... hasta se escuchó el clip de la cerradura al volverse a su lugar..; más luego, unos pasos apresurados repercutieron en la oscuridad, aparentemente se dirigían hacia donde ellos se encontraban, por lo que pensaron que se trataba de alguna persona que volvía por algún olvido y a fin de no chocar al cruzarse, se pusieron a un costado del pasillo…pero nada… nadie pasaba.

A partir de ese momento, ambos se sintieron poseídos por algo extraño, habían visto abrirse y cerrarse la puerta de ingreso del personal y habían escuchado con nitidez unos pasos presurosos, le pareció todo tan raro e inexplicable... Taira san, mecánicamente extrajo su encendedor para delatar su presencia, más al tratar de encenderlo fue incapaz de lograrlo, una fuerza invisible lo tornó torpe y no pudo hacerlo... tal situación, les hizo experimentar una sensación de miedo y un temblor estremeció su cuerpo. El presentía algo anormal pues los bellos de sus brazos y sus cabellos estaban erizados. Pedro Fukuda, por su lado, vivía estupefacto la experiencia, con voz temblorosa que delataba el momento que pasaba, casi paralizado de miedo susurró al oído de su amigo: "Taira san ¿que pasa?"... Taira san no respondió,  hacía acopio de sus fuerzas que amenazaban con abandonarlo, sus nervios estaban crispados y un sudor frío circundaba su frente. Pedro estaba al borde del desmayo... Sólo faltaban unos metros para alcanzar la puerta de salida y Taira decidió superarlos…con voz carrasposa y casi inteligible le dijo: "Vamos, Pedro"...

Antes de reanudar la marcha, su mano temblorosa extrajo de su cazadora un paquete de cigarrillos y cogiendo uno de ellos se lo llevó autómata a los labios, más cuando por fin hizo fuego con su encendedor... un soplo venido de la nada por encima de su hombro, apagó la llama... fue en ese momento, que se percató que un fétido olor inundaba el ambiente, sintiendo a su vez, como que flotaban, una fuerza miteriosa los había elevado haciéndolos flotar sobre el piso... estaban en éxtasis, más perdieron  la conciencia y la noción del tiempo... Cuando la recuperaron, estaban en el piso, como si hubieran dormido junto a la puerta de entrada y salida del personal. Taira san, se puso de pie y trató de mirar en la penumbra, por unas rendijas ingresaba la luz de las farolas, descubriendo a Pedro, que se ponía de pie, más al observarlo, vio que Pedro Fukuda, en medio de la oscuridad manifestaba una figura iluminada, y un rostro que reflejaba terror, sus ojos redondos brillaban como espejos. En su pánico, Taira san, aun pudo reflexionar en su confusión, había que abandonar cuanto antes la fábrica, invadida en esos momentos según consideraba, por fuerzas espirituales inicuas.


Taira san, ensayó toser para romper el hechizo circundante y darse nuevas energías, más no logró gran cosa... su corazón latía como un potro desbocado, amenazando con salirse de su pecho, sudaba copiosamente y su frente estaba perlada de gruesas gotas frías; sin embargo, haciendo supremo esfuerzo, agarró con mano temblorosa la de Pedro para indicarle que abriría la puerta. Pedro, que había comenzado a rezar, comprendió la indicación y lo siguió trasponiendo la entrada… En ese momento, la tormenta desataba su furia y como un latigazo retumbo un trueno en la cercanía… Las piernas acalambradas de los amigos se iban soltando dolorosamente y poco a poco comenzaron a responder a su voluntad… Pronto alcanzaron la puerta principal de salida, la abrieron con mano trémula y la transpusieron… un nuevo rayo retumbó, duplicándose en el eco de los cerros aledaños... una intensa lluvia  mojó sus rostros demudados…estaban fuera, la pesadilla había terminado, eso era lo importante.

Unos metros más allá, desde su cabina de control donde se guarecía de las inclemencias, un policía los saludó extrañado mirando su reloj, eran las doce y diez de la y noche, ignoraba que aun quedaba personal en esa zona…Para Taira san y Pedro Fukuda , será para siempre un enigma lo que les pasó…ellos salieron a las siete y cuarto de la noche y nunca sintieron que hubieran transcurrido tanto tiempo atrapados por espíritus inicuos… nunca se lo explicarían ¡Oh, misterio!.

Japón-Tochigi Ken, 22 de diciembre de 2008
Archivo BITACORA 13 (JAPÓN  33 - 20081222) Ohirashita



jueves, 22 de septiembre de 2011

MI AMIGO "OLLUQUITO" - Bitácora 13


Eudocio Martínez Torres
Armador pesquero
chimbotano
 Relatos del mar:
Mi amigo "Olluquito"  (*)1

Escribe: Hugo Tafur
      (peruano)
Hace treinta años que nos conocemos, nuestra amistad nace a bordo de la lancha “Islay”, de la Compañía Pesquera “Santa Martha”, propiedad de los Del Río Málaga, donde  tripulantes compartimos las arduas labores del mar; por esa época, se mantenía vivo el recuerdo de la tragedia de la lancha "Moby Dick", pequeña embarcación que en la década del sesenta se perdió con toda su tripulación sin dejar rastro; por ello, un sentimiento de incertidumbre, temor e inseguridad, atenazaba el corazón del hombre de mar que al embarcarse, podría ser la última vez. Las condiciones precarias en las que se  trabajaba, eran una amenaza constante a la integridad física y a la vida. Se me ocurre, que nuestra existencia se bamboleaba al compás de las marejadas, nadie sabía, si al retornar la embarcación de su faena de pesca, estaríamos volviendo sanos y salvos al hogar. Era la época, en que con sólo un compás y un ecosonda nos hacíamos a la mar. No contábamos con más instrumentos, ni equipos para navegar y pescar con seguridad.

Desde que nos conocimos allá por el año sesenta y uno, nació entre nosotros una corriente de simpatía…. como anécdota, recuerdo que al principio no vocalizaba bien mi apellido y me llamaba “Tajurito”. Eudocio, venía de trabajar en "La Boquita" (Samanco), donde por un tiempo vivió en el barrio “Cantagallo”, por lo que tenía experiencia en los menesteres del mar;  ya domiciliado en Chimbote, un buen día, Raúl Quijano Delgado, patrón de la lancha "Islay", lo incorporó como tripulante. Desde que se embarcó, puso mucho interés en cumplir las tareas de ha bordo, además, mostraba amplio conocimiento: cuadraba paño, remendaba, cabalgaba plomo y corcho con destreza y "tiraba" aguja de manera incansable; en su relación con los compañeros, se  esforzaba por simpatizar con todos, pero era evidente, algunos no simpatizaban con él y lo discriminaban llamándolo con desdén "Olluco", apodo que trajo y que alguien se lo puso quizá por su origen andino; sin embargo, no recuerdo que le incomodara en gran medida, en todo caso, lo sobrellevaba con indiferencia, actitud inteligente que pronto hizo amainar tal necedad, que pasó al olvido por no darle importancia… aunque “la chapa” si quedó para siempre, como pronto veremos ya que el mismo se encargó de relevarla. En esa época, a pesar de mi juventud, ya tenía una postura clara basada en el respeto, sobre discriminación o racismo, por lo que valiéndome de la consideración que me había ganado entre los compañeros adultos, me opuse a sus bromas contra él…

Un día llegamos rezagados a la zona de pesca, sin embargo, con mucho oficio, Raúl metió a la "Islay” entre las lanchas caladas y vimos que algunas habían cortado dos bolsas y envasaban la primera; otras, con suerte, llegaban y mandaban arrear… En ese torbellino que implica los boliches en el agua, nuestro proero, el “Negro Acasuzo", muy atento auscultaba la superficie del mar, para descubrir por la estela de la gorgorada la cantidad y dirección que nadaba la mancha de peces… en el puente, la ecosonda funcionando rotaba sobre el papel humedecido, marcando la profundidad y el tamaño, si era un banco de anchovetas considerable no se perdía oportunidad. En ese lapso de ansiedad y expectativa, cada uno debería mantenerse en su puesto muy atento, tanto para evitar riesgos personales como para cuidar que la cala resultara impecable,  ya que identificada la oportunidad, la acción siguiente es calar sobre la marcha, lo que de hecho configura peligro latente mientras se tiende el cerco con el boliche; luego, si la cala es exitosa, una gran bolsa de peces es la compensación a la intuición y al arrojo... En esas circunstancias, los lobos, las pardelas, los guanays y los pelícanos, disputan la pesca dándose un gran festín junto a los corchos, por donde las desesperadas anchovetas en una infernal saltadera y convulsión, tratan de eludir el cerco.
En aquella ocasión, no tardó en presentarse la oportunidad, el "Negro Acasuzo", le indicó a Raúl la dirección que corría la anchoveta, y de inmediato, "El Lunarejo" Quijano, dio la señal preventiva: ¡Listos, listos!.. y todos, muy atentos, nos ubicamos en nuestros puestos siguiendo con la mirada el accionar del capitán en la caña y  esperando su orden de ¡Arrea! Eudocio, escuchada la voz preventiva, corrió a la popa y un poco a gatas se trasladó a su chalana, ubicándose de pie en la bancada, desde donde en señal de triunfo abría los brazos. Había sido requerido por esos días como chalanero y no se negó, aceptó el reto de laborar en ese puesto donde mostró confianza y decisión, se la estaba jugando y nadie lo sabía, días después lo supe... no sabía nadar; debió ser un drama para él, pero lo afrontó sin mostrar temor, cumpliendo cabalmente la tarea que le encomendó el patrón de la embarcación, nunca le vi arrugar, se mantenía atento, en todas las maniobras de cala, secado y envasado, hasta que habían finalizado y el plateado pez yacía en la bodega.

Ahora, entre la bruma  del tiempo, saltan los recuerdos... y en la distancia, pienso: ¿Cuántos chalaneros experimentados, sufrieron graves percances o accidentes al ser arrastrados, colisionados o hundidos, por su propia embarcación en el momento mismo de la cala? Otros, por diversas circunstancias fortuitas se soltaban de la maniobra, perdían los remos, se llenaba de agua la chalana y esta se iba a pique, inermes, eran arrastrados por el viento o las corrientes marinas que lo alejaban de su nave, esta situación no era extrema mientras la chalana generalmente de madera, mantuviera su autonomía de flotación y a la vista; sin embargo, se tornaba delicada y peligrosa para el chalanero, cuando era alejado por el viento o las corrientes marinas en medio de la oscuridad de la noche o la neblina, ya que pronto se perdía contacto visual... chalana y chalanero quedaban expuestos al peligro de ser arrollados por otra embarcación o perderse en la oscuridad de la noche, y esto, debido a la imposibilidad de emprender su inmediato su rescate por tener  el boliche en el agua que sólo para levantarlo, sin pesca, se precisaba por entonces de unas dos horas promedio. Se dieron casos,  que chalaneros a merced del viento, la oscuridad, la neblina o sabe Dios porqué perdieron la vida. El ser chalanero o panguero, implicaba y debe seguir implicando un riesgo perenne, por las condiciones inestables e inseguras del puesto... que siempre, a pesar de contar las pangas con un motor instalado, esta sujeto a hechos fortuitos.

Recordemos... En los primeros años de la década del sesenta (1951-60), las pequeñas embarcaciones de madera de 15, 25 y 30 toneladas de capacidad de bodega, resultaron muy pequeñas para la ambición y planes de los armadores de entonces. Estas antiguas embarcaciones, tenían como maniobra inicial para pescar, una boya de corchos que se arrojaba al mar al iniciar la cala, tanto como referencia para ejecutar el cerco, como también, para levantar el cabecero de proa, por ello, al terminar de caer el boliche en círculo, la embarcación volvía al punto de inicio y recogía con un gancho fijado en una vara de eucalipto la mencionada boya, la que luego al pulso de dos hombres, teniendo como ayuda el bamboleo de la marejada, permitía subir y finalmente fijar el cabecero, en alguna bita dispuesta en la proa de la embarcación, mientras en simultaneo, otros pescadores ejecutan con destreza el cierre de la bolsa con el engaretado. 

Años después, fuimos testigos, de cómo es esta maniobra fue abandonada por la ampliación de bodega, los nacientes "tiburones de la pesca" industrial, acicateados por su insaciable ambición, avivaron su inventiva, mandando a construir embarcaciones de madera o metal de 90, 100 y 120 toneladas de capacidad, las mismas que rápidamente fueron superadas por otras de mayor capacidad, esto sumado a la falta de una política de estado de protección y conservación de nuestra riqueza ictiológica, propició la depredación irracional de las especies marinas del Mar Peruano, y con ello, el deterioro brutal de nuestra Bahía "El Ferrol", ya que las aguas residuales de las fábricas se vertieron en ella con saña por miles de metros cúbicos cada día, cubriendo su suelo marino con fango, que terminó por liquidar la despensa piscícola y marisquera  de los chimbotanos (*)2. Con esta primera ampliación de bodega y lanchas más grandes, crecieron los aparejos pesqueros y la maniobra que describimos líneas arriba, la boya de corchos, fue abandonada y remplazada por una pequeña chalana de madera.

Estas embarcaciones menores de fondos planos, se construían sin ningún criterio, mejor dicho, sin calcular ni ajustarlas técnicamente al tamaño de las embarcación que la usaría; era evidente, que tampoco  tenían en cuenta la seguridad, es decir, la posibilidad que en caso de emergencia sirvieran como balsa de salvamento de la tripulación, que con la evolución del tamaño y  capacidad, generalmente era superior a diez pescadores en cada una de ellas. En conclusión, esas chalanas endebles, inestables y pequeñas, no representaban ninguna garantía para la seguridad del pescador, pues fácilmente se llenaban de agua y se iban a pique. Por entonces, conocimos casos insólitos, en la que pescadores en emergencia, por su número se turnaban para ir dentro de la chalana y otros fuera de ella, nadando cogidos de su borda, expuestos innecesariamente al ataque de cualquier escualo depredador hasta ser rescatados. 

La maniobra que se efectuaba en estos adminículos, en el momento de calar era la siguiente: Se aseguraba el cabecero del boliche, en la bancada de proa de la pequeña chalana de madera; adujados por separado, con mucha claridad, estaban los cabos del cabecero y gareta de proa, en cuyas puntas tenían adosado un jibilay de nylon de unas quince o veinte brazas cada uno, precedidos por una piña la que era arrojada como una boleador hasta la proa de la embarcación que al terminar de calar en círculo como señalamos, volvía al encuentro de la chalana que dejó caer. Manos veloces y prácticas ejecutaban la maniobra final, que consistía, en asegurar el cabecero del boliche en la  proa de la embarcación y efectuar velozmente el engaretado para cerrar la bolsa. Esta maniobra finalizaba cuando se percibía a flor de agua las anillas y los que engaretaban reducían la velocidad, haciendo firme el de proa y terminando la maniobra muy suavemente el hombre que engaretaba en popa. Acto seguido, se estrobaba y levantaban las anillas con el doble, quedando el plomo a la altura de la borda. El cardumen no tenía escapatoria, en ese momento, el patrón estimaba la cantidad atrapada y decidía si se cortaba o no. Luego se procedía a secar la bolsa y finalmente a trasladar la pesca desde la bolsa a la bodega de la lancha, usando como instrumento el “chinguillo” o el “Hula hula”. Unos cinco años después, se comenzaron a instalar los absorbentes que modificaron la maniobra del embasado y terminaron con el uso del "Hula hula" y el "Chinguillo". 

En esa rutina de ir y venir a la zona de pesca, en horas y horas de plática y navegación, todos fuimos haciéndonos más amigos. Los más de los días, la “Islay” venía cargada, lo que era crédito para “El Lunarejo”, Raúl Quijano Delgado, por ello, cuando la compañía creció y comenzó a incrementar su flota, llamó a nuestro “Capitán” para que se hiciera cargo de una nueva embarcación que se traería del Callao. Por entonces, los funcionarios más visibles de la Pesquera "Santa Martha", eran: Ingº César del Río Málaga, hijo del propietario de la pesquera y sobrino de doña Clorinda Málaga de Prado, esposa del ex presidente del Perú, don Manuel Prado Ugarteche); don Miguel Bossio, primer administrador de la pesquera y Jaime de la Flor, dinámico jefe de bahía. Previamente, iniciamos el armado de un boliche apropiado, más largo y con más altura, este fue para mí según recuerdo, el primer boliche que Eudocio, trabajó como "redero" en la Cía. “Santa Martha”, bajo la supervisión de Raúl Quijano; fue así, como Eudocio Martínez, inicia su carrera hacia su superación personal, ya que con esta experiencia, tiempo después,  es requerido por Pesca Perú como "Redero", oportunidad que no desaprovecha y que le permite encontrar la hebra del camino a seguir. En su caso, pienso, fue una suerte el haber sido llevado por Raúl Quijano a la “Islay” de la Cía. "Santa Martha", donde "se recibió" en el oficio que le abrió las puertas de la oportunidad.  Si mal no estoy informado, fue Raúl precisamente, quien le extendió o le firmó el primer "Certificado de Redero" para que pudiera trabajar en Pesca Perú.

En una crónica que escribí hace unos días sobre mi amigo Raúl “El Lunarejo” Quijano, Incluí brevemente (líneas que he retirado, para incluirlas aquí) un hecho que posiblemente rubricó mi amistad con Eudoxio Martínez, y ocurrió así: Habíamos terminado de descargar en el “27 de Octubre” y nos dirigimos al muelle Gildemeister para hacer petróleo y proveernos de agua potable, estábamos de guardia, y mientras esperábamos turno para ingresar al muelle, nos pusimos al garete; todo sucedió en fracción de segundos, Eudocio evidentemente distraído, salió del camarote y caminaba agarrándose fuera de la borda con la mano derecha, justo cuando una lancha por su espalda se acercaba peligrosamente hacia la nuestra, teniendo como punto de fricción o colisión donde se encontraba la mano de mi amigo. Yo que caminaba hacia el camarote, de frente hacia él, me percaté del peligro y de un salto, con un golpe hacia arriba retiré la diestra en el preciso momento que chocaba la embarcación, de la sorpresa, Eudocio paso a la manifestación de alegría, abrazándome y diciéndome: “¡Gracias, hermanito!...me salvaste la mano”.   

Pero cómo llegó a ser tripulante de la “Islay”, compañero de trabajo. Esa anécdota me la contó Raúl, cuando lo llevó a la lancha... “Un día, cuando volvía del centro de Chimbote, encontró a Eudocio en la puerta de su casa de La Florida, esperándolo, recién volvía de visitar su tierra y le traía como regalo un carnerito. Luego de una breve conversación le dijo: “Hermanito, Raúl…mañana te espero en mi casa para almorzar…he traído unos cuycitos”; al día siguiente, “El Lunarejo”, disfrutaba de un opíparo almuerzo y una excelente atención en base a esos nutritivos roedores andinos, rociado con unos tragos. Luego, como en la tradición de don Ricardo Palma, “El Cañoncito de Ramón Castilla”, vino la consiguiente petición: “Hermanito Raúl, embárcame en tu lancha la temporadita”…complaciente “El Pelao” con el amigo, aceptó su petición; días después, se embarcaba como  tripulante de la lancha “Islay”... sin saberlo, Raúl “El Lunarejo” Quijano Delgado, se trasformó en el protector del que años después, se convertiría en uno de los armadores pesqueros más importantes de nuestro puerto.

Creo que su crecimiento inicial fue construido con muchas privaciones, era un típico "puño de fierro", no malgastaba su dinero en borracheras o mujeres, como era práctica común en la mayoría de pescadores en esa época de oro... a lo sumo, para matar el tiempo de travesía, en el camarote de la lancha jugaba con los compañeros a las cartas, apostando monedas de ínfimo valor; después, posiblemente, aprovechó al máximo las oportunidades que se le presentaron. Pienso que en su evolución recorrió no solo un camino de trabajo y privaciones, sino también de humor, ese humor propio de personas sin complejos, que aceptan la vida con desinhibición, incluso burlándose de si mismos al aceptar con criolla filosofía e indiferencia un apodo pronunciado con desdén… quizá en su fuero interno, era para cobrarse la revancha de su origen humilde y las necesidades que pasó cuando niño; también, por las humillaciones de que fue objeto adulto, por personas racistas, intolerantes o envidiosas, que con desdén lo llamaban “Olluco” por su origen andino. Él en su momento, respondió con mucha agudeza y humor, bautizando a su primera embarcación con el nombre de “Olluquito”; cuando lo supe me hizo mucha gracia, pero comprendí que Eudocio no tenía complejos y ese progreso se reconoce en cualquier latitud.

Por mucho tiempo, desde que dejé el mar en 1964, para retomar a estudiar, lo perdí de vista... nunca, después de esa época juvenil, se me ha presentado ocasión para dialogar como antaño, cuando navegábamos a bordo de la histórica "Islay", lo que de hecho hubiera originado que esta crónica tuviera más agregados y precisiones, posiblemente anécdotas de su niñez, su familia y su éxito económico. Alguna vez, muy a lo lejos, lo veo por el centro de la ciudad o cuando pasa a bordo de su auto, en los casos que me avista, me dispensa saludo deferente y respetuoso, llamándome “Hermanito Tafur”, señal de que nuestra vieja amistad nacida en el mar hace treinta años, no ha sido olvidada... Donde se encuentre Eudocio Martínez, mi amigo "Olluquito", un saludo de chalanero... Remo triunfal, al aire.

Chimbote 29 de Enero de 1991
Archivo BITACORA 13 (Chimbote - 19910129)
Revisada para el Blogg (JAPÓN 32-20110911) Tochigi Ken 
(*)1.- Esta crónica escrita hace más de 20 años, permaneció inédita en el  archivo de Bitácora 13, debido al problema en que se vio envuelto Eudocio. Después de tantos años, ve la luz en mi blogg de internet, con el mismo título y texto de la nota original, a la que sólo hemos hecho pequeñas correcciones ortográficas y agregados. La crónica libre del personaje central, al cual dedico, contiene información de interés general sobre la historia de la pesca en nuestro puerto. Como "escribidor" y periodista, tengo la obligación ética de ser veraz y como amigo, la virtud de ser leal y sincero con el humilde o con el acaudalado. Vetar esta nota o negar  mi amistad con Eudocio Martínez Torres, como algunos "despistados" me sugieren, por más controvertida que parezca, implicaría borrar a todos mis queridos amigos que compartieron vivencias en la historica "Islay", lancha de fierro, popa redonda, con motor Caterpillar 342. Sería borrar de un plumazo felices años de mi vida juvenil en el mar; y con ello, como dije, a decenas de valientes compañeros de odisea, que lograron con su esfuerzo, tesón y coraje, el título, que un día Chimbote lució con orgullo: "El Puerto Pesquero más Grande del Mundo"; entre ellos, Eudocio Martínez Torres, "Mi amigo Olluquito".   
(*)2.- Por su privilegiada geografía, la Bahía El Ferrol, de 22 kilómetros cuadrados, es una de las más  hermosas del planeta y su puerto, uno de los más estratégicos para el intercambio internacional. En la épocas pretéritas al año 60, la Bahía El Ferrol, era una área de gran potencial ictiológico y marisquero, despensa natural de los chimbotanos, énclave turístico y bahía hermosa. Sin embargo, nada de estas condiciones sobresalientes iluminaron la mente de nuestras sucesivas autoridades para evitar su deterioro, permitiendo que en su costa se instalen fábricas pesqueras y manufactureras, que arrojan su desagües a la bahía, al igual que la Empresa Siderúrgica, los hospitales y los astilleros. Finalmente, el crecimiento poblacional de nuestra ciudad, que no cuenta con un sistema adecuado de eliminación de aguas residuales, precipitó su deterioro paulatino. Años recientes, en el gobierno del Dr. Alejandro Toledo Manrique, se hizo el intento de restablecer el ecosistema de la bahía, declarando de interés nacional la solución integral de los problemas de contaminación y destrucción de la Bahía; para ello, con el Decreto Supremo Nº 005-2002-PE se creó la Comisión Técnica Multisectorial de Alto Nivel (CTM) presidida por el señor Julio  Gonzales Fernández, encargada de proponer el indicado plan;  a fines del 2002, la CTM, solicitó la cooperación técnica a la Agencia de Cooperación  Internacional del Japón - JICA, la cual aceptó brindar cooperación técnica para el referido estudio. JICA, con el apoyo de 9 consultorías, tuvo listo el "Plan Maestro y Planes de Mediano y Corto Plazo" para la recuperación de la Bahía El Ferrol, en enero del 2004 (ver Diario Regional "Las Últimas  Noticias", de Chimbote, Jueves 15.01.04, pág. 05) en dicho informe final, se determina que nuestra hermosa Bahía El Ferrol, había acumulado en su fondo un fango de 2 metros y medio de alto de sedimento tóxico contaminante y que las hélices de las naves al rotar en el mar removían este fondo espeso y salía a la superficie manchas negras con olores fétidos irrespirables y contaminantes.