domingo, 19 de junio de 2011

Incendio del BARRIO EL ACERO (Historia) - Bitácora 13

El día que se ocultó el Sol

Escribe: Hugo Tafur
      (peruano)
Apremiante se escuchó el ulular quejumbroso de la sirena convocando urgente a los hombres del fuego.  La pasiva y casi rutinaria vida de los porteños, fue rota por el tajo de una cuchillada invisible que les perturbó el alma: ¡Santo Dios!...¿Qué habrá sucedido?.. siempre que se escuchaba la sirena había incendio, pero insistente, se presumía algo grave. En las inmediaciones del antiguo local de bomberos, ubicado en la quinta cuadra del jirón Leoncio Prado, se pobló de curiosos al ver llegar corriendo a los hombres de rojo. Como poseído, el bombero de turno que había recibido la alerta, no cejaba de tocar la alarma epiléptica que anunciaba siniestro.

El tranquilo y sosegado comandante IsmaeI Pomar, apremiado por la emergencia apuraba  a sus oficiales que recién llegaban; su segundo, don Angel Torres, comunicaba: ¡Rápido, rápido!.. Se incendió El Acero... eran las dos de la tarde, del jueves cinco de setiembre de mil novecientos cincuenta y siete, hace exactamente veinte años. Una confiada ama de casa sin mayor previsión, avivó la llama de una vieja cocina de kerosén “Mundo”, el impaciente marido estaba por llegar y había que terminar pronto el almuerzo... que estaba atrasado. El ambiente se inundó del delicioso olor a guiso de pescado fresco que rompió a hervir… alguien tocó la puerta del rancho contiguo, confundiendo a la mujer que salió a atender la llamada; se distrajo sólo unos instantes, los suficientes como para no percatarse que la cocina se había inflamado y que las llamas desbocadas se trepaban al techo del humilde rancho... el principio del fin había llegado.

En ese conglomerado de esteras, palos, cañas, latas y maderas abigarradas, todas las voces y sonidos se confundían en un concierto selvático... no había secretos, los vecinos se conocían hasta en lo más íntimo. Frágil selva insalubre de endebles ranchos, cuya separación física se da por divisiones de esteras, plásticos y cartones, pero en lo audible era imposible evitarlo... todo lo que se hacía o decía, se escuchaba; los moradores, hombres, mujeres y niños, compartían el estrecho y sobrecargado espacio, con patos, gallinas, chanchos, perros, etc., era una mezcolanza deprimente e infernal. El barrio El Acero de entonces, creció sin simetría y sin calles determinadas, una sola  mole entremezclada de canto a canto, surcada por serpenteantes callejones estrechos, donde era fácil extraviarse. Era un barrio respetado y temido, por la violencia imperante en la actitud de muchos de sus habitantes… había que ingresar acompañado de algún conocido para salir ileso, ya que al primer traspiés, blandían las navajas que cortaban el aire y el espíritu del más pintado.  

Cuando retornó la confundida ama de casa, el ambiente de la cocina era un infierno, lenguas de fuego lamían las esteras del techo y el viento de esa hora, hizo el resto. El pánico, la confusión, el miedo y la incertidumbre, se apoderó de todos los habitantes del barrio, que ante el eminente peligro de quedar cercados por el fuego, abandonaron  El Acero. Las llamas se alzaron amenazantes  e irreductibles, la batalla del fuego estaba ganada desde el principio, no había orden, nadie sabía que hacer, nadie había tomado previsiones para atacar el núcleo inicial del incendio…Las llamas avivadas por el material ligero del que estaban construídas las chozas, pronto alcanzaron proporciones incontrolables, el barrio desaparecía envuelto en sudarios de fuego, que producía una abrasadora refracción en el ambiente y una columna gigantesca de densa humareda que se alzó sobre el cielo de la bahía, impidiendo brillar al astro rey, como si horrorizado de la tragedia se negara a contemplar tamaña desgracia.

Los heroicos hombres de rojo, de la Compañía de Bomberos Voluntarios Salvadora de  Chimbote Nº 33, lucharon a brazo partido con el dantesco incendio pese a hacerlo con escasos recursos técnicos, era mas grande y férrea su voluntad que sus posibilidades; pronto estas limitaciones se hicieron manifiestas, el fuego dominaba el escenario y su actividad destructiva se tornó implacable. Gritos, dolor y lágrimas de angustia, pusieron el marco triste y crispante a ese torbellino de lenguas de fuego, que cual danzarinas infernales, avanzaban destruyéndolo todo.

Ante un cielo ensombrecido y un sol oculto, los chimbotanos enmudecieron, atónitos miraban la devastación con los ojos húmedos y el corazón compungido; poco después, sobreponiéndose ante el infortunio,  reaccionaron prestando auxilio a cientos de moradores evacuados en las calles adyacentes, niños, mujeres y adultos encontraron la mano amiga y fraterna de sus hermanos porteños, mezclando con ellos lágrimas de impotencia y solidaridad. Todo estaba consumado. En pocos minutos desapareció el Barrio El Acero, solo quedaba una franja negra de cenizas y palos humeantes que de alguna manera delimitaba la zona donde estaba ubicado el barrio más tradicional y antiguo de la caleta de pescadores; enseres destruidos, animales calcinados completaban el cuadro de horror. La miseria tocaba su himno de tristeza en el corazón de los damnificados, había que empezar de nuevo. Aunque el sol se ocultó aquel día…sabíamos que mañana volvería a brillar, con su luz de renovación y esperanza.      

Chimbote, 05 de setiembre de 1977
Publicado en el Diario "Las Últimas Noticias" de Chimbote
Revisado para el blogger (JAPÓN - 20-20110619) Tochigi Ken   

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