sábado, 4 de junio de 2011

Unos zapatitos celestes(Caso real) - Bitácora 13

Unos zapatitos celestes

Escribe: Hugo Tafur
        (peruano)
       
Linda la mañana del aquel día, el sol se mostraba esplendoroso bañando con sus rayos de oro el poblado de Guadalupito; la gente rumbo a sus labores, mostraba su contento saludando con mucha deferencia a sus vecinos. En el humilde hogar de la pequeña Dámaris Keila, sus siete hermanos ya estaban despiertos, unos hurgaban la bolsa del pan y los más pequeños se desperezaban aún en el lecho. Su madre, una mujer muy trabajadora, se había puesto de pie en la madrugada a fin de adelantar sus quehaceres domésticos y estar lista apenas amaneciera. Luego de algunas reconvenciones y recomendaciones a sus hijos mayores, besó a sus pequeños y se marchó para embarcarse en la primera “Combi” que salía del pueblo y que lo llevaría hasta el mercado donde expendía verduras, trabajo diario con el cual obtenía el sustento para su familia. Su compañero, el padre de sus hijos, hacía mucho rato que ganándole al Sol, se había ido a la chacra a cultivar la tierra; así, -en este lugar- los niños “crecen solos” expuestos a su suerte.

Aquel día, nada hacía presagiar alteraciones en la rutina familiar, salvo ese pálpito indescifrable del corazón materno que todo lo presiente. Ya instalada en el vehículo miró a través de los cristales hacia su casa, pareciéndole percibir que en la ventana de su vivienda la pequeña Damaris Keila pegada su naricita al vidrio con inocente alegría, se despedía de ella moviendo su manita; no pudo evitar que esta visión le produjera un estremecimiento y que una sensación de frío recorriera su cuerpo, algo le decía que las cosas no estaban bien y quiso bajarse del vehículo, pero luego recordó que su mercadería ya estaba en el mercado y volvió a sentarse, procurando olvidar el incidente, sobreponiéndose de ese “aviso” que sólo el corazón materno capta en el insondable mundo del sentimiento humano.

Pronto el vehículo partió dejando el poblado y se enrumbó por la gran serpiente negra que une toda la costa peruana, la Carretera Panamericana. Guadalupito quedó atrás, también sus cerros, una gran curva cerrada y ahí estaba el Río Santa, con sus aguas turbias y caudalosas camino a precipitarse en el mar. Ese repunte indicaba, que en la Sierra, las precipitaciones pluviales eran copiosas; ante esta vista, una vez más, la incertidumbre y el temor atenazó su alma, algo le oprimía el pecho y sintió tristeza, pensó con miedo en sus hijos y gruesas lágrimas acudieron a sus ojos surcando su rostro hasta hacerla sentir su sabor salobre; ruborizándose luego, al darse cuenta que los demás pasajeros la miraban extrañados. Una anciana vecina, le enjugó el rostro con el dorso de su arrugada mano, y con palabras cariñosas, le endulzó el alma y la tranquilizó.

La “combi” en su trayecto siguió recogiendo y bajando pasajeros, pasó por Santa y luego Coishco, donde los engulló el oscuro túnel que lo une a Chimbote, al salir de el, contemplaron la Luna Llena todavía en el claro cielo y las negras chimeneas de la Planta Siderúrgica, arrojando su rojizo humo metálico, letal para la salud y los sembríos del valle santeño; a la izquierda, el gran cerro de arena parecía adornado por guirnaldas mortecinas del alumbrado público del P.J. “San Pedro”, que todavía no habían apagado; luego, la urbanización “Los Pinos”, “Laderas del Norte”, el Vivero Forestal, el Coliseo “Paul Harris”, el Estadio “Gómez Arellano” y por fin el Mercado “Progreso”.

De inmediato se dispuso a comercializar la verdura que había dispuesto para ese día. La inquietud que lo embargaba no cedía, respiraba con dificultad, trataba de sobreponerse a esa angustia pero todo era en vano, algo misterioso le estrujaba el alma. Por fin se instaló en su puesto, el comercio se manifestó duro, la gente madrugadora pasaba sin comprar. Se consoló diciéndose para si misma: “la gente esta sin dinero” y decidió ofertar su mercadería para retornar pronto a casa, ya que las horas pasaban y era muy lenta la venta.

En casa, los niños, sin la vigilancia de personas mayores, pasaban el tiempo ocupados en un sin fin de juegos que inventaban para distraerse mientras esperaban el retorno de sus padres. La engreída y vivaz Damaris Keila, participaba en todos los juegos, bajo el cuidado y protección amorosa de sus hermanos mayores; así transcurrió la mañana y llegó la hora del almuerzo del cual disfrutaron todos en fraternal algarabía; luego de la modesta comida, los niños mayores, se ocuparon en limpiar y ordenar todo, fue en ese lapso que la pequeña niña se escabulló de la vista de sus hermanos.

Frente a su vivienda hay una acequia que por esos días discurría con mucha agua, la pequeña Damaris se dirigió a ella y sentándose en su orilla introdujo sus pies calzados con zapatos de jebe color celeste, su agradable contacto lo incentivo a introducirlos más para refrescarse, pero ¡oh, temeridad infantil!.. resbaló y cayó en la corriente de agua de la acequia. Sólo tenía tres años cuando esta tragedia ocurrió, las turbias aguas lo arrastraron y en su desesperación evidentemente tragó mucha agua con lodo, convulsionó y poco a poco dejó de luchar. Hora y media después, fue encontrada por un campesino flotando en una compuerta. El hombre la alzó en sus brazos y desesperado corrió con ella en busca del "doctorcito" del pueblo, don Manuel Calle, quién sólo certificó su muerte. El curtido obstetra, conocía a sus padres y conocía a la pequeña Dámaris, pues pertenecían al comedor que regentaba con su esposa, por eso al verla muerta, lloró de impotencia... nada pudo hacer.

Meses después, cuando visité a Manuel Calle, pude percibir un par de zapatitos de jebe color celeste colgados en el techo del Comedor Infantil “Jesús Obrero”, eran los zapatitos que llevaba calzados la pequeña Dámaris Keila, la tarde aciaga. Ahí,  colgados de una viga, eran mecidos por el viento... como avecillas, cuyas alas habían sido quebradas...sin poder volar.

Guadalupito, enero de 1996Publicada en el Diario "Las Últimas Noticias"
Revisada para el Blogger (JAPÓN 09-20110604) Ashikaga Shi

1 comentario:

  1. MAYERLIN NICOLLE ZAMBRANO TAFUR.3 de julio de 2011, 7:11

    PAPITO HUGO ESTA MUY INTERESANTE TU COMENTARIO Y TAMBIEN ,LOS PADRES DEBEN TENER LA RESPONSABILIDAD DE CUIDAR A SUS HIJOS QUE SON UN REGALO DE DIOS. LOS PADRES DEBEN MANTENERSE AL PIE DE CADA COSA O MOVIMIENTO POR QUE TODO NIÑO ES INOSENTE DE SUS TRAGEDIAS.

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