sábado, 4 de febrero de 2012

Viejo... mi querido viejo - Bitácora 13


En memoria de mi padre:
Viejo… mi querido viejo

Escribe: Hugo Tafur
      (peruano)
Una vez más, la sarmentosa mujer de oscura vestimenta, ha venido con sus negros designios a sembrar de tristeza mi camino; en su desdentada boca he visto dibujarse inmisericorde una sonrisa cruel y despiadada, como si ante el dolor, se burlara de la fragilidad de nuestra existencia y la debilidad de nuestro carácter para aceptar  lo inevitable. La Muerte, el inexorable vehículo de la sentencia Divina: “Polvo eres y a polvo volverás”, se ceba en mi entorno entrañable, llevándose a mi padre. Antes fue mi madre, ahora él… “Hoy siento en el corazón / un vago temblor de estrellas / y todas las rosas son / tan blancas como mi pena.”

Ante el hecho consumado estaba estupefacto, la fría realidad me sacudía el alma y me atenaza la tristeza; miraba su cuerpo inanimado y no lo podía creer, el héroe de mi niñez se había dormido en la muerte, abandonando el almenar desde el cual -por años- con mucho amor vigiló la evolución de su familia; en esos momentos, comenzaron aflorar los recuerdos de mi niñez... Lo veía, labrando con destreza junto a mi madre, las piezas de masa que más tarde saldrían del horno convertidos en pan francés o en  dorados y tostaditos panecillos de manteca coronados de ajonjolí; afloró en mi mente, el llanto angustioso de una viuda, que en la puerta de nuestra casa le comunicaba a mis padres, la muerte de su esposo, -amigo de mi padre- y su falta de recursos para el velatorio y el entierro, asumiendo él los gastos del sepelio por un "¡Dios, te lo pague!"; lo recordaba, abriéndose paso a empellones para rescatarme de la multitud de alumnos y vecinos que cautivados por mi actuación en el Día de la Patria, pugnaban atropelladamente por abrazarme. Era un niño de apenas ocho años y mi padre temió por mi seguridad; vino a mi memoria, el hijo que no renunciaba a seguir luchando por la vida de su padre pese a su gravedad y a la nula esperanza expresada por su médico, con la receta en mano, -al no encontrar transporte- corrió desde Chicama, hasta la botica de Chiclín, ida y vuelta, en busca de la medicina...retornando con ella, sólo para escuchar: "Te estaba esperando hijo", recibir la bendición de mi abuelo y verlo morir…“La luz me troncha las alas / y el dolor de mi tristeza / va mojando los recuerdos / en la fuente de la idea”.

Evoqué esos bellos recuerdos y junto a ellos, recordé la promesa que le hice cuando niño, la cual decidí respetar en su integridad -como un homenaje a su memoria- trocando mi tristeza y aflicción por una postura serena, en cumplimiento de aquel acuerdo que establecimos mientras se recuperaba de un segundo accidente vehicular -a solo unos días del primero- donde la muerte rondó muy cerca de mis padres; por lo que me hizo prometerle -si eso aconteciera- que  ante la adversidad, me comportaría de manera serena, que no expresaría mi dolor delante de nadie, ni en su velorio, ni en sus exequias, después del cual, a solas, podría derramar mi tristeza. También me dijo que siguiera estudiando con mucho interés y que no me separara de mis hermanos menores. Con su partida, las circunstancias  me imponían su cumplimiento… “La nieve cae de las rosas, / pero la del alma queda / y la garra de los años / hace un sudario con ellas”.

Aquel día, junto a mis hermanos, sobrellevé con espíritu de conformidad su partida y cumplimos con su voluntad de sepultarlo junto a la tumba de mi madre; desde ese infausto acontecimiento, han pasado muchos días, y el escritor que vive en mi -en el mismo estuche humano del hijo- se ha negado en dar la última palada de tierra para cubrir su tumba y escribir su epitafio; hoy, ante lo irreparable, trazo con mano firme y serena, -como él me pidió me mantuviera después de su muerte- esta crónica, que pretende encender espiritualmente la llama votiva en su homenaje, que pretende mantener vivo su recuerdo... en sus hijos, en su familia y en sus amigos. En los primeros, no sólo por que fuimos beneficiarios de su amor y entrega de padre, sino, por que grabó en nuestra mente y corazón el gran tesoro de su filosofía de vida, que consistía “en que era muy bueno ser importante, pero que más importante era ser bueno”; convencido, de que su aporte tangible para este mundo egoísta no era acumular tesoros materiales, si no, constituir una familia con seres sensibles y solidarios, llenos de amor, honrados y trabajadores, dispuestos siempre a compartir con los más humildes. Sólo así cambiaremos el mundo decía… “La nieve del alma tiene / copos de besos y escenas / que se hundieron en la sombra / o en la luz del que las piensa”.  

Cuando cincelo este epitafio, los latidos de mi corazón son como golpes propinados por el martillo persistente de un escultor, que en el paroxismo de su inspiración quiere inmortalizar en el frío mármol el espíritu mismo del modelo que esculpe. En mi caso, usando los cinceles del alma, pretendo plasmar en esta nota no mi orfandad que extraña su presencia; sino, su valor de hombre, de padre, de amigo… de humano, moldeado en días y noches frías vividas en parajes agrestes, misteriosos y solitarios junto a mi abuelo, del cuál jamás quiso separarse desde niño, acompañándolo por donde iba, en su labor de rondero de ganado de una hacienda del ande cajamarquino, apenas premunidos de una escopeta de un solo tiro, mientras el león acechaba el entorno de su frágil choza; este niño así forjado, supo empinarse con la fuerza genética de su raza, sobre las vicisitudes que tuvo que afrontar y cuyos dividendos de su trabajo honrado jamás acumuló egoísta, siempre los invirtió en sus hijos y compartió. Este recordatorio que he iniciado, me hace sentir una gran responsabilidad con su memoria, el no escribir una crónica digna de él sería para mi reprensible… "¿Y si la muerte es la muerte, / qué será de los poetas / y de las cosas dormidas / que ya nadie las recuerda?"

Mi padre era un alma buena, cuya presencia en casa, era sinónimo de amor, alegría y protección. Fue posiblemente esa personalidad subyugante, la que sustrajo y conquistó para siempre el corazón de mi madre, una quinceañera que se enamoró perdidamente del hombre a quién con el correr del tiempo le dio cinco hijos; y a su lado, con mucho orgullo envejeció hasta superar en varios años  de feliz matrimonio sus bodas de oro; sólida unión, que solo la muerte sin previo aviso ni despedida, los separó abruptamente una tarde de fines de diciembre. Había llegado el principio del fin de esta historia de amor, mi padre amaba entrañablemente a mi madre, y su muerte, no solo precipitó su deterioro, sino lo convenció de la urgencia de ir tras ella, poco tiempo después, cumplió con su anhelo, abandonó este valle de lágrimas y fue en su búsqueda. Hoy, ellos duermen uno al lado del otro… su amor, venció a la muerte, ya que finalmente no los pudo separar… “¿Será la paz con nosotros / como Cristo nos enseña? / ¿O nunca será posible / la solución del problema?”

La crónica que acabo de esculpir, ribeteada por fragmentos de un bello poema de Lorca, anhelo sea llama votiva de perenne homenaje a mi querido viejo; llama literaria, que mantenga su recuerdo en el corazón de la familia y  motive en quién la lea, una oración queda en su memoria. Siempre agradeceremos al Creador, por habérnoslo dado como padre y bendeciremos su paso por este mundo, el cuál siempre nos lo señaló efímero, dejándonos como dije, su sencilla filosofía de vida, clave de nuestra unidad y felicidad familiar, que se sintetiza en la  obligación de aportar al mundo, el más hermoso testimonio de nuestro paso: Hijos sanos, honrados, trabajadores y llenos del poder del amor antes que el poder de las riquezas materiales, lo que para él implicaba paz al seguir las enseñanzas del más grande Maestro que pasó por el mundo, el Señor Jesús, quién dijo: “Dejen de acumular para sí tesoros sobre la tierra…Más bien, acumulen para sí tesoros en el cielo” (Mateo 6: 19,20). Ese hombre grande por su sencillez y amor a sus semejantes, se llamó Benigno Tafur Alcántara, mi padre… que fiel al juramento que le hizo a la mocita de mi madre, le reafirmó su inalterable amor casándose en la muerte, hoy juntos, duermen esperando la llamada de Dios... “Todas las rosas son blancas / tan blancas como mis penas”.

Hacer clip en el LINK:  http://youtu.be/s6DHD4Jt-yw
Roberto Carlos canta "Viejo, mi querido viejo... mi amigo"

Fe de crédito: Todos los finales de párrafos en cursiva, pertenecen al poema: “Canción Otoñal”, del gran vate español, Federico García Lorca.                                      

Chimbote, 13 de agosto de 2001 - Hora : 02:45
Archivo BITÁCORA 13 (2001.0813) Chimbote
Revisado para el blogger (JAPÓN 40-20120204) Tochigi Ken