lunes, 6 de junio de 2011

El sabio y el karasu - Bitácora 13


Castillo Himeji (foto internet)
El sabio y el karasu (*)

Escribe: Hugo Tafur
         (peruano)
En la parte menos poblada de la zona antigua de Ashikaga Shi, muy cerca a la orilla del río "Watarasé", hasta hace unos años se mantenía en pie una vetusta mansión de tres pisos, cuyas paredes ennegrecidas por el tiempo habían sido invadidas por la humedad y el musgo, que dibujaban en su superficie caprichosas figuras que alucinaban fantasmas trepando por ellas; sin embargo, pese a su deterioro y aspecto sombrío, aún era posible apreciar su cautivante arquitectura, con árboles y jardines que lo conectaban al entorno natural permitiendo deducir la exquisitez de quienes la habitaron en tiempos pasados. Sin duda, había sido una hermosa estancia de verano, para descansar y tal vez pescar en las cristalinas aguas del río aledaño, rico desde siempre en peces.

Esa vieja casona, herencia de sus antepasados, fue el hogar de un octogenario anciano de quien se murmuraba que estaba loco, debido a su vida ascética y solitaria, y a los largos soliloquios en que se enfrascaba, comentando pláticas que según él sostenía con su amigo Omán, el líder de los karasus. Este anciano, había sido en otros tiempos respetado maestro  en el “alma mater” de la ciudad, era amado por sus discípulos por su sabiduría y por ser descendiente del Linaje Ashikaga según se comentaba. Quienes fueron sus discípulos, lo recordaban abordando temas coyunturales que en su lógica y reflexión se tornaban magistrales, pues su sapiencia y sabiduría los hacía brotar cautivantes. Su filosofía de vida era apabullante, por lo sencilla y práctica.  

Crisantemos (Foto internet)
Un día por la tarde, cuando el sol despedía su presencia en el cielo tiñéndolo de bronce, provisto de unas tijeras, el viejo maestro se ocupaba con mucho arte en retocar un “bonsái”, al mismo tiempo, monologaba para sí una inquietud que le preocupaba sobremanera, resultado de la conversación que había tenido con Omán la noche anterior; ésta se refería, a la creciente violencia, inmoralidad y miedo, que atenazaba al mundo, temía que esa ola transpusiera los límites del archipiélago y se cebara en su niñez y juventud, que abiertas su fronteras, se mostraran proclives a imitar y copiar  costumbres que lo alejarían de la disciplina y tradición milenaria de sus antepasados, con lo que resultarían fácil presa del espíritu maligno del mundo y la pérdida de las  virtudes que caracterizaban al pueblo japonés del honor y la dignidad. Esta amenaza, ya se había dado en otros tiempos con la llegada de los europeos, que generaron intranquilidad y desorden, terminando trágicamente con la muerte y expulsión de muchos de ellos que atentaron contra las costumbres ancestrales.

El viejo sabio no se engañaba, sus temores eran fundados, si sólo hubiera vivido unos años más habría contemplado con estupefacción, cómo esa fuerza sobrenatural imponía sus designios a los hombres más poderosos de la tierra, moviéndolos cuál juguetes a control remoto; cómo esa fuerza diabólica, cegaba la mente y la visión de los hombres haciéndolos cada día más egoístas, insensibles e inhumanos, pisoteando derechos y corrompiendo normas para imponer sus torvas ideas... usando la violencia como arma principal. El hombre, bajo este influjo, hizo del siglo XX no sólo el más sangriento de la historia humana, sino un período de violencia jamás experimentado, los hombres actuaban con saña y perversidad contra sus semejantes, matando millones. El mundo después de este período, jamás sería igual... El silbido de una tetera puesta al fuego, rompió con sus reflexiones, lo que hizo que apurara el riego de unos crisantemos y luego de encender un cigarrillo, se dispuso a tomar “ochá”, mientras saboreaba la aromática hierba, su mente otra vez se perdió en un mar de divagaciones.

Omán, el lider de los karasus (Foto internet)
Unos graznidos guturales lo sacaron de su ensimismamiento, era Omán, el líder de los karasus, que retornaba con su bandada a pasar la noche en la vieja casona y saludaba al viejo amigo... Saliendo del trance, el sabio anciano se animó e imitando el lenguaje del cuervo le respondió su saludo; desde niño, escuchando e imitando la forma y extensión variada de las señales sonoras de las aves, aprendió a comunicarse con ellas. Como todas las noches, pronto se enfrascaron en animada charla, durante la cual, el viejo maestro escuchó con mucho interés e hizo sesudas reflexiones y Omán, el karasu, le terminó de contar lo que había recibido por transmisión de sus antepasados. Ahí, el sabio maestro, se enteró que la línea descendente de su amigo Omán, llegaba hasta los karasus que sobrevivieron del diluvio universal, en el Arca de Noé. Realmente, frente a frente, estaban dos connotados personajes de estirpe.

El pináculo de aquella noche, sin embargo, ocurrió cuando Omán, el karasu, se refirió al momento crucial por la cual pasaron sus antepasados que sobrevivieron al gran diluvio universal, con el cual, el Dios del cielo, borró todo vestigio de vida en la tierra, debido a ser una generación depravada y violenta que sólo pensaba y hacía maldad todo el tiempo y que pese a las advertencias, se negaban a modificar su actuar inmoral... “Por consiguiente, Jehová vio que la maldad / del hombre abundaba en la tierra, y que toda / inclinación de los pensamientos del corazón de este / era solamente mala todo  el tiempo. / Y Jehová sintió pesar por haber..." (Génesis 6:5-7).

Anciano sabio (Foto internet)
Cuando menos lo esperaban, enfatizó Omán, los seres de aquel mundo contemplaron pasmados como la belleza de su cielo se tornaba sombría, del celeste infinito, pasó por tonalidades grises hasta fijarse en un negro amenazante. Las fauces de la justicia divina se abrían para tragarse a esa generación violenta y malvada que destruía la tierra con su perversidad... Un rayo rasgó las cortinas de los cielos y el estampido metálico de un trueno abrió cataratas de agua que inundaron la tierra, llovía días y noches interminables; muy tarde, aquella generación aviesa y torcida recordó al barbado profeta Noé de cuya advertencia se reían y burlaban llamándolo loco, no quisieron ver ni oír y he allí las consecuencias. Era muy tarde para arrepentirse.

El viejo profeta a bordo de una nave, junto a su familia y a todo género de animales, estaba a buen recaudo, flotaba sobre las aguas cuando estas cubrieron la faz de la tierra, aún sobre la cumbre más alta destruyendo toda forma de vida. Muchos días después que habían cesado las lluvias y la nave se había estabilizado en la cumbre de una montaña, uno de los karasus salvado en aquella expedición de vida, fue encomendado por Noé para explorar la superficie de la tierra (Gén. 8:7) y ver si las aguas se habían secado, el informe fue negativo. Días después –dijo Omán- este antepasado mío, quedó pasmado ante la belleza del archipiélago que renacía de las aguas, iluminado por un Sol esplendoroso, era el lugar ideal para quedarse a vivir, desde entonces, estamos en este hermoso lugar donde un día se afincaría una raza de hombres valientes y laboriosos, que unificados, fundarían el Imperio del Sol Naciente, Japón.

De un momento a otro la belleza del cielo
tornose oscuro y se desató una tormenta
(foto internet)
El suceso del diluvio universal se ha perdido en la oscuridad de los tiempos, -dijo, retomando el relato- y pese a existir evidencia irrefutable, muchos hombres han tratado de desacreditarlo considerándolo leyenda sin importancia; muy pocos escuchan la voz y menos las advertencias del Hijo de Dios, el Señor Jesús. Es evidente, que hay un espíritu de contradicción y desobediencia que impregna al mundo de hoy al igual que en los tiempos de Noé, y el cual, eclipsa los sentidos e inteligencia de los humanos, endureciendo su corazón y retrayéndolos de leer la carta escrita que el Dios del cielo les dejó, sobre sus normas y principios y su verdadero propósito para con ellos…El sabio anciano, había mantenido un actitud solemne y respetuosa, mientras su amigo Omán,  el karasu, había hablado y en silencio asintió con la cabeza y luego se puso de pie, estaba conmovido y estupefacto por lo que había escuchado.

Con pasos lentos, pensativo, el sabio anciano se acercó hasta una de las mamparas que daban paso a uno de los balcones de la casona, desde ahí contempló el discurrir sereno y límpido del río Watarasé, la Luna llena colgada en un cielo azul tachonado de estrellas se dibujaba sobre sus aguas, era hermoso lo que sus ojos veían y reflexionó: “El Dios de Omán destruyó a una generación aviesa y torcida, pero no tocó al planeta que creo para su morada, eso quiere decir que la Tierra fue creada para que el hombre sea feliz en ella...siempre y cuando, viva en paz, amando y respetando sus normas y principios. La humanidad por estos tiempos se ha olvidado de su Creador y vive de acuerdo a sus deseos egoístas, amadores de si mismos y destruyendo la Tierra, inspirado por el dios de este sistema pecaminoso. Dios, al igual que en los tiempos de Noé, no detendrá su castigo y volverá a limpiar la Tierra como morada del hombre”…mientras hacía estas cavilaciones, ensimismado, el anciano no se había percatado lo rápido que había cambiado la belleza del cielo…nubes negras y cargadas habían llegado e impedían ver la Luna y las estrellas; “un taifuu” sorpresivo había modificado el panorama y pronto se sintió su poder, rayos y truenos surcaban el firmamento con fogonazos y estampidos que remecían a la vieja casona…una lluvia intensa borró la visión del entorno inundando la ciudad, por sus calles corrían riachuelos de agua…mientras al interior de los hogares sus moradores se sobrecogían temerosos por la manifestación violenta de la naturaleza... el anciano, antes de abandonar el balcón y guarecerse, pensó para sí... si una manifestación natural nos estremece, la justa furia de Dios debe ser aterradora. 

Nota de hechos y reflexiones, que responden a la imagen, conocimiento y creatividad del autor; cualquiera coincidencia con la realidad no es pura casualidad.  

(*) Karazu: Nombre del cuervo, en el idioma japonés.                                                      

Japón-Ashikaga Shi, 13 de junio de 2006
Archivo BITACORA 13 (JAPÓN 12-20060613)
                        

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