viernes, 3 de junio de 2011

La tragedia vino del mar (Caso real) - Bitácora 13

La tragedia vino del mar

Escribe: Hugo Tafur
         (peruano)
Ha transcurrido el tiempo y hoy se cumple un año de la tragedia que asoló las playas de San Ignacio (Guadalupito). La naturaleza, en un acto sorpresivo para quiénes pululaban por la playa ese fatídico 21 de febrero, como a las 9:30 de la mañana, descargó su furia mediante dos olas gigantescas que se manifestaron casi con la misma intensidad a lo largo de la costa del norte medio peruano; La Grama, Puerto Casma, Chimbote, Coishco y San Ignacio, sufrieron el embate de este Maretazo que trajo muerte y desolación, sobre todo, al poblado de San Ignacio, que lloró a cinco de sus hijos: Camila Aurora González, Evaristo Rodríguez Varela, Víctor Chávez Flores, Silvia Noemí Pizán Julca y José Shusho Flores y ardedor de un centenar de heridos.

Sólo minutos después de ocurrido el Maretazo, la noticia envuelta en aflicción e incertidumbre  llegó a la redacción: “¡Dios mío!.. Ha sido atroz, hay muchos muertos y desaparecidos”...Todos los que ahí nos encontrábamos nos miramos con cara de estupefacción. En lo que a mi respecta, por lo que se decía, en mi mente se agolparon temores y posibilidades, pues en esa radio tengo familiares. Sin embargo, más pudo la responsabilidad y junto a nuestro equipo de periodistas nos dirigimos al lugar de la tragedia.

Como en todos estos casos, en medio de la confusión, los hechos son magnificados, luego la bruma que oprime los sentidos comienza a aclararse y se establece mejor la realidad: “Fueron dos olas gigantescas, la primera de unos diez metros, y la segunda un poco más alta”. La alarma cundió en todos los lugares afectados. En la Caleta de Coishco Viejo, se tejieron un sinnúmero de especulaciones, el temor se apoderó de la población y ganaron las alturas de los cerros aledaños. Temían se repitiera el fenómeno con más furia. No se podía establecer la magnitud de la tragedia.

Un mes después, un testigo de excepción, el mayor PNP Carlos Barreto Castro, me relató la vista increíble que tuvo del fenómeno; se encontraba circunstancialmente acampado con su familia en una playa de Casma, muy cerca de la orilla, pero felizmente en altura…desde allí contempló la singular manifestación de la naturaleza, tuvo que restregarse los ojos para aceptar que era cierto lo que veía. Una masa de agua larga como una muralla se dibujó en el horizonte y como segundo a segundo crecía, crecía amenazante rumbo a la orilla donde se precipitó con estruendo de muerte; admite, que fueron por lo menos dos olas gigantescas las que barrieron la costa más allá de sus límites.

  
La herida no ha cerrado aún, muchos de los damnificados no sólo cargan a cuesta la secuela psicológica del horror en la playa; sino también, heridas mal cicatrizadas y huesos mal soldados, por falta de atención profesional oportuna y suficiente. Ayuda que les fue negada por autoridades falsas e insensibles, que el día de la tragedia, con presencia de la prensa, manifestaron su solidaridad y apoyo para las víctimas, pero que una semana después ya se habían olvidado de su promesa. Cuántos afectados y convalecientes ante el olvido y desamparo, tuvieron que ponerse de pie para luchar en esa condiciones y buscar el pan de cada día para sus familias; otros, inactivos por presentar fractura, pasaron hambre, necesidad y angustia, esperando esa ayuda ofrecida que nunca llegó; salvo el caso, del Alcalde Distrital de Coishco, señor Juan Vásquez Cruzado, que no ofreció, pero que se hizo presente con una pequeña ayuda en víveres para los afectados. Indudablemente, estaban abandonados a su suerte, por lo que la tragedia para ellos continuaba multiplicada.

En medio de estas circunstancias, queremos señalar un hecho no sólo lamentable sino vergonzoso, propio de nuestra idiosincrasia que nos torna mezquinos e irreflexivos en momentos de gran trascendencia, momentos que debemos mostrar como personas y autoridades de qué estamos hechos,  si merecemos estar en el lugar que el pueblo nos ha encumbrado o simplemente somos unos arribistas, incapaces, subyugados por el egoísmo del poder transitorio… que nos trastorna en dictadores estúpidos.

Nadie puede negar, que en el poblado de Guadalupito, el señor Hugo Calle, “el doctorcito del pueblo”, como lo llama la gente humilde, goza de gran prestigio y popularidad, no es un hombre acaudalado, sin embargo, con su familia entrega mucho de su tiempo para hacer obra social a favor de los más necesitados. Hemos sido testigos, de la labor que realiza en el Comedor Infantil “Jesús Obrero”; y como, gracias al prestigio y amistad que goza con distintas personalidades y entidades chimbotanas y trujillanas, logra ayuda para gente de pobreza extrema, que muy conmovida le guarda especial cariño y deferencia. Este reconocimiento y ubicación en el corazón del pueblo, indudablemente, no gusta a los mezquinos y egoístas que nunca faltan, lástima que en este tipo de personas, tengamos que contar al actual alcalde de Guadalupito, quién víctima de sentimientos subalternos, literalmente torpedeó y retiró su apoyo a los damnificados de la tragedia de San Ignacio, por el hecho de que el “Doctor” Calle, en una acción rápida como las circunstancias lo exigían, junto a vecinos notables del lugar, como: Walter Rojas Aguirre y Aladino Portilla Huamán, consiguieron las cajas mortuorias que los fallecidos precisaban para ser enterrados. Es una lástima que se den actitudes tan poco inteligentes e insensibles, el dolor y necesidad de nuestros hermanos exige unidad y solidaridad.

Hoy, a un año de la tragedia, queremos recordarla pidiendo no un minuto de silencio cómplice, sino un minuto de reflexión sincera; sobre todo de aquellas autoridades que pudiendo, dejaron pasar por mezquindad la oportunidad de actuar a favor del pueblo en desgracia, multiplicando con su actitud su tragedia y su dolor... creo que no hay peor crimen, que crear falsas expectativas en el corazón de los más humildes y abandonarlos a su suerte... Dios los juzgue.

-Chimbote, 21de febrero de 1997
-Publicado en el Diario "Las Últimas Noticias" (Feb. 97)

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