sábado, 4 de junio de 2011

El grito del ahogado (Leyenda) - Bitácora 13


La noche se manifestaba profundamente oscura
(Foto internet)
 El grito del ahogado

Por: Hugo Tafur
      (peruano)
Como si el misterio se complaciera en mostrar su negra garganta, el azul del cielo de otros días se presentaba esa noche profundamente oscuro. Densa nubosidad negaba la posibilidad de ver la Luna, y cuando por fin se pudo vislumbrar a la pálida lumbrera, parecía un agujero hecho en la negra bóveda.

El ambiente se había tornado frío y las sombras plagaban por doquier la antigua plaza del pueblo. El viento, al pasar por entre las hojas, susurraba en la copa de los árboles secretos misterios; mientras los búhos y pájaros guarecidos en sus ramas, se reacomodaban buscando protección y abrigo.

Se acercaba la medianoche, y a lo lejos, en las afuera del pueblo los perros ladran y aúllan; otros, flacos y cobardes presintiendo peligro, se retiraban gimoteando a esconderse con el rabo entre las piernas. Dicen los viejos, que los perros pueden ver los “malos espíritus” y que algunos audaces que se atrevieron a ponerse legaña de perro en los ojos, después de lo que vieron, se volvieron locos.

Horas antes, en la plazuela, habían estado sentados bajo los añosos ficus de grueso tallo y nervudas raíces los viejos del pueblo. Solían reunirse algunas noches para “catipar” la dulzura de la coca y charlar de todo; pero aquel día, los que “chacchaban” la verde hoja andina tuvieron una extraña lectura; viejos, cuajados en la sabiduría ancestral, sabían que cuando el “bolo” sabe amargo, “no arma y se vuelve agua" es “mala seña”, por lo que decidieron abandonar la plaza y volver cuanto antes a la seguridad del hogar... junto a los críos. Ellos, en sus torpes actos  mostraban preocupación, se dibujaba en su rostro surcado de arrugas el miedo, el terror... las vivencias de otras veces lo atenazaban… La Luna Llena y pálida, el ambiente profundamente silencioso y triste, el “bolo de coca que no arma”… Los demonios rondan, se decían para sí.


Un grito largo y  lastimero partió el
silencio de la noche (Foto internet)
La plaza del pueblo, después que se marcharon, lucía  vacía, oscura, silenciosa. Los faroles a kerosén  adosados en las esquinas se bamboleaban con el viento emitiendo ese sonido característico del compás de espera, sus luces mortecinas hacían más lúgubre el ambiente; los ficus, en la oscuridad de la noche, parecían gigantes de brazos múltiples moviendo pesadamente su corpulencia al impulso del viento, mientras que de sus ramas, una lluvia de pequeñas y redondas semillas se desprendían, cayendo al piso cual lágrimas de miedo y terror…¿Qué se acercaba?

El viejo García ya había experimentado en otra ocasión este temor e incertidumbre, fue la noche cuando distraído regaba la chacra y el buen viejo Aurelio, su vecino, vino a pedirle que “tendiera el agua” y se fueran a “su ranchito” hasta que pasara la media noche. Algo había presentido, al “chacchar” su coca... “hay malos espíritus” le había dicho. Al día siguiente, en uno de los caminos, muy cerca de ahí, encontraron muerto al Justino, su rostro lucía arañado, como si largas uñas le hubieren tasajeado. Por ello, apenas regresó de la plazuela del pueblo, acostó a sus nietos para que se durmieran; luego, cogió su machete de acero y lo puso cerca de él: “los malos espíritus le tienen temor al acero”, le habían dicho, apagó la luz y se dispuso a esperar, mientras velaba el sueño de los niños. El vivía junto a la acequia "El Tambo”.

En las chacras y huertos vecinos los regadores recibieron apresurados el turno de agua "la tendieron" y se fueron a sus chozas. La noche se mostraba pesada, algo malo flotaba en el ambiente y de seguro ocurriría algo feo a medianoche, se decían.

Las manecillas de los relojes marcaban las doce en punto de la noche y los gong, gong, gong lejanos del reloj de la hacienda lo confirmó…nada se movía, silencio total. En las casas y chozas de los campesinos, los moradores expectantes, respiraban con la emoción contenida y el miedo apretado, mientras el corazón desbordado aceleraba sus latidos. En el poblado, todos habían apagado sus luces, los hombres, aguzaban el oído, atentos a cualquier ruido, dándose coraje y sobrellevando la tensión empuñando alguna arma de acero. Las mujeres en silencio quedo, abrazaban a sus pequeños, mientras aterrorizadas, musitaban una oración o rezaban un Padrenuestro en la oscuridad.

Habían pasado ya varios minutos y parecía que nada ocurriría, impaciente el Braulio, en la oscuridad de la choza, carraspeó como para decir algo. El viejo Artemio, su padre, adelantándose, aconsejó a su hijo y los peones que esperaran un poco más antes de retornar a seguir con su labor.


Taladraba los sentidos y conmovía el alma
(Foto internet)
No terminó de hacer esta reconvención don Artemio, cuando  el silencio en que se había sumido el poblado fue roto como cristal de una pedrada... haciéndo añicos la tranquilidad... Se escuchó un grito desgarrador, que taladró el alma y los sentidos, haciendo que el corazón  latiera como un potro desbocado; las mujeres apuraron el rezo y los hombres corajudos apretaban con el puño el acero... los cobardes, al tratar de hablar tartamudeaban, mientras sus rodillas se negaban a sostenerlo y chocaban entre sí. Un segundo grito largo y lastimero sacudió el ambiente, estremeciendo las bases mismas de las casas y chozas de barro, mientras se percibían pesadas cadenas que eran arrastradas por la calle por donde pasaba el espíritu maligno. Los gritos fueron repitiéndose y escuchándose cada vez más lejanos hasta que se perdieron en la profundidad de la noche. Quienes escucharon “el grito del ahogado”, luego de los momentos de terror vividos se sumieron en una profunda tristeza.

Osados, que en otro tiempo, perdieron la calma y salieron al encuentro del “maligno”, fueron encontrados al día siguiente muertos con un rictus de terror dibujado en el rostro, con el pecho tasajeado como si una bestia los hubiera atacado causándole la muerte con sus garras. Desde entonces, nadie osa salir en noche de Luna Llena, cuando “el ahogado” sale a llorar su muerte desesperada... Yo, ni le agrego ni le quito, lo relato tal cual lo escuché de los viejos de mi pueblo.

Chicama, 20 de Mayo de 1968
Archivo BITACORA 13 ( 10-19680520)
Revisado para el Blogger (JAPÓN 10-20110604) Tochigi Ken   

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