martes, 28 de agosto de 2012

La maldición de los delfines - Bitácora 13



El delfín, una de la criaturas mejor dotadas
del mar (Foto Internet)
Relatos del mar:
La maldición de los delfines

Escribe: Hugo Tafur
       (peruano)
En agosto del 98, junto a un grupo de experimentados pescadores de tiburón, viví una de las experiencias más terribles de mi vida; la cual nos llevó a un tris de morir en el  mar peruano, en algún lugar de las 200 millas hubiera sido mi tumba... Ahora que lo pienso, estuvimos a punto de repetir la historia y el enigmático destino de la legendaria “Moby Dick”, de la que hasta ahora no se conoce lo que ocurrió con ella… se desapareció como por arte de magia con toda su tripulación, en un viaje parecido al que emprendimos nosotros... hace ya mucho tiempo que escribí al respecto.

Cuando ocurrió, hacía cuatro años que no salía al mar, aunque mis permisos estaban en regla y vigentes no lo intentaba, pues mi madre con lágrimas y ruego, me había convencido que no lo hiciera por el peligro que representaba: accidentes incapacitantes, muertes y embarcaciones en emergencia, terminaron por darle la razón y me abstuve de hacerlo. Hasta entonces, algunas esporádicas salidas aparte de mi trabajo en Siderperú,  mejoraban mi economía y de paso actualizaba mi conocimiento respecto a la pesca y al mar; estaba convencido que todo evoluciona y la vida en el mar no es ajena a ese cambio, si quería seguir escribiendo crónicas del mar, tenía que actualizar y ajustar mi conocimiento sobre la “jerga” del hombre de mar, del conservero, del siderúrgico, etc.; de esos días, recuerdo con mucha gratitud a mi amigo Samuel “El flaco” Obeso, capitán de la lancha “Don Raúl”, quién conociéndome desde mi adolescencia, me brindaba la oportunidad para salir a pescar con él, los días feriados o vacaciones de mi empresa.


Belleza y dominio de su habitad, expresado
con vistosas cabriolas alegres (Foto Internet)

La peligrosa aventura que les cuento, se inició un día cuando abandonaba las oficinas del diario, me encontré con dos viejos amigos pescadores quiénes entre broma y serio me animaron a embarcarme ya que "faltaban dos puntas”..; mi madre, hacía poco más de dos años que había fallecido y aunque recordé su súplica, la ignoré y acepté salir a pescar, era el 3 de agosto de 1998; según lo convenido, me presente con toda mi indumentaria en el muelle Gildemeister, a la hora indicada, pero cuando llegué, hacía quince minutos que la lancha había zarpado; decepcionado, miré el horizonte, y a lo lejos descubrí la silueta de la embarcación que “a toda pala” se bamboleaba rumbo a la “Bocana Grande”… Alguien, desde el puente de una pequeña lancha acoderada al muelle, observó mi desilusión, por lo que viéndome listo me invitó a embarcarme en la suya, esperaba hacer gente, también le faltaba tripulantes; era una lancha tiburonera y según me enteré después, para el común de los pescadores no les resulta una oferta muy atractiva por lo lejos que ejecutan sus faenas, por el peligro que encierra y por los muchos días que tardan en retornar. En cuanto a mí no lo pensé dos veces, nunca había vivido la experiencia de pescar tiburones, así que la propuesta en teoría, me sabía a oportunidad para conocer cómo se ejecutaba … miré al cielo y dije para mí, “Viejita, es la última vez, te lo prometo” y me embarqué.

Poco después, la pequeña embarcación de madera juguete del viento, navegaba guiada por mano firme de su patrón, don Manuel Azabache; ya a bordo y en travesía, me enteré que la capacidad de bodega era de apenas 24 toneladas, y que habían embarcado 5 toneladas de hielo, por lo que su capacidad se reducía a 19 toneladas y que sólo disponía de 6 camarotes, más otro adicional detrás del “cañero” en el puente, donde nadie quería ir por los rigores del frío. Después de dos horas de navegación, como a las 5 de la tarde, comenzó mi pesadilla, la tuve que sufrir en vivo y en directo... el patrón bajó la velocidad y ordenó que alistaran el arpón, un vulgar instrumento hechizo, compuesto por una punta de acero con dos aletas, adosado a un pedazo tubular de eucalipto de un metro y medio, el cual le daba la longitud y el peso apropiado para manipularlo y arrojarlo como lanza, terminando en un cabo de nylon de ½” pulgada de unas 20 brazadas que servía como línea para recuperar el arpón.


Tiburón, el tigre del mar (Foto internet)

Hasta ese momento desconocía para que se usaba el instrumento, si algo imaginé, pensé que era para prender a los escualos, pronto sería sacado de mi ignorancia. El 2do. patrón se ubicó en la proa y le alcanzaron el arpón,  el patrón nuevamente puso en marcha la embarcación... poco más allá, unas 10 lanchas tiburoneras de parecido calado, ejecutaban similar operación oteando la mar. A poco de reiniciada la travesía, confiados y hermosos delfines se ubicaron en la proa de la embarcación, parecían hacer alarde de su velocidad y dominio de su habitad, se cruzaban a babor y estribor y viceversa, hacían resoplidos, piruetas y sonidos como de trompeta, algunos temerariamente se acercaban  a la proa, sin percatarse que ese hombre premunido del tosco arpón los amenazaba, estaba esperando el momento que se pusieran a su alcanse, para arrojarles y clavarles en su lomo ese artefacto, que  haría daño su espina dorsal y los heridía de muerte… Rápidamente el patrón aquietaba la embarcación, para luego trasladar al inmovilizado delfín a estribor, donde se le estrobaba y se le procedía a izar sobre cubierta. Esta acción se repitió unas cinco o seis veces, para mí era un cuadro doloroso, ver herir a estos cetáceos mamíferos que yo admiraba desde niño, y observarlos en su estertor de muerte sin poder hacer nada, escuchándolos emitir misteriosos sonidos quizá  pidiendo compasión, inundados sus pequeños ojos de lágrimas, desangrándose; más tarde, su carne tasajeada en trozos era la carnada para atrapar tiburones... el hombre es un gran depredador e irresponsablemente altera el ecosistema... no se percata que la naturaleza, nos pedirá cuenta de nuestross actos. 

En los días que sucedieron, la suerte se manifestaba en contra nuestra, se tendía el aparejo lineal por varios kilómetros, con cientos de grandes anzuelos provistos de la carne de los delfines asesinados el primer día, y al levantarlos, sólo unos cuantos tiburones habían caído en la celada… parecía que la sangre de los delfines derramada inmisericorde neutralizaba nuestra acción; es más, el día 11, a 38 horas afuera, el patrón tuvo que tender el aparejo de pesca guiado por el compás, debido a la espesa neblina que cubrió el mar; cuando amaneció, comenzamos a levantar los anzuelos con el mismo resultado de días anteriores, nada; más adelante, la sorpresa y decepción fue mayúscula, la línea estaba cortada, varios kilómetros habían desaparecido. Felizmente, la casualidad nos llevó hasta una embarcación coreana, denominada “Tridente”, la cual tenía adujada la línea principal en su puente y fue reconocida de inmediato por los tripulantes de nuestra embarcación. Se procedió a solicitarle la devolución del aparejo, con la mayor diplomacia, solicitud que entendieron y procedieron a entregarnos, lo mismo un paquete de líneas auxiliares y un saco con los anzuelos. Llamó mi atención, la cautela y educación con que el patrón solicitó la devolución de los aparejos pesqueros, la serenidad y pasividad,  no es propio del temperamento de los hombres del mar, cuando se sienten burlados… más tarde, don Manuel, el patrón, me lo explicó: “A esa gente, no hay que provocarlos, generalmente tienen armas, pueden dispararnos. Imagínate, a 38 horas afuera y con neblina quien nos ve, nos pueden matar a todos y fondean la lancha y se acabó”.

Tiburón martillo (Foto internet)
El día 12 de agosto, el tiempo estuvo mejor, levantamos unas 5 toneladas de pesca, entre tiburón azul, diamante, zorro. martillo y un pez espada, pensamos que la suerte iba a cambiar mañana; el día 13, desde las 6 de la tarde, se comenzó a tender el sedal, cuatro horas después la tarea había finalizado en un ambiente bastante movido, grandes marejadas y mucho viento. La lancha sin el peso de su aparejo, era una cáscara de nuez flotando en el gran océano, no había forma de cuadrarla y ponerla proa a la mar, la noche jugaba su papel siniestro, nuestra pequeña embarcación zarandeada por viento amenazaba con voltearse, el momento era un torbellino de incertidumbre, el temporal furioso arreciaba sacudiendo con violencia la pequeña lancha de madera y ponía muy cerca de la picota nuestras vidas; de pronto, la serenidad observada por la tripulación hasta ese momento guarecida en los camarotes, se rompió como una copa de cristal, un gran estruendo nos petrificó, se había caído la pluma y peligrosamente se sacudía con violencia de babor a estribor sobre la cubierta; configurando una condición extrema, porque donde cayó había abierto un boquete por donde ingresaba agua a la bodega. Experimentado y "cholo de ñeque" como dicen en el norte, José Castro, comprendió la emergencia y veloz como las lagartijas de su tierra, abandonó el camarote y parapetado se ubicó tras el puente esperando el retorno de la pluma a babor, tan pronto como la marejada lo devolvió, cogió su templador y lo azocó en la vita, inmovilizando a la pluma. Acto seguido, Raúl Fiestas y “Quique” Azabache, arrastrándose sobre cubierta clavaron un plástico sobre el boquete impidiendo que siga ingresando agua a la bodega con cada marejada... de todos modos, la bomba de sentina hacía su trabajo.

Cuando ya se había superado la emergencia y nuevamente protegidos en el camarote esperábamos que amaine el temporal, sorpresivamente una gran ola, jamás experimentada en toda mi vida de marino, ingresó como un latigazo al camarote de popa, mojando hasta el camarote del tercer nivel y dejando 40 centímetros de agua en el piso… con ese bandazo insólito, inconciente, mi mente recreo el recuerdo de los delfines muriendo sobre cubierta, pero inusitado y extraño me pareció que en ese preciso momento, sin que yo descubriera mi pensamiento, “Quique” Azabache, el hijo del patrón, en un arranque de miedo y devoción, dijo: “Señor Cautivo de Ayabaca...¡Sálvanos, de la maldición de los delfines!” y se puso a orar... poco después, la tormenta amainó y el mar recobró su calma… nadie durmió y apenas hubo claridad arreglamos la maniobra… era el 14 de agosto de 1998, llevábamos 11 días en el mar y estábamos a más de un día y medio mar afuera.


Ballena (Foto Internet)

Rato después, el motorista nos hizo saber que el nivel de petróleo era bajo y que hacía dos días que venían pidiendo por radio auxilio a una lancha de la compañía; terminada la maniobra nos dirigimos a recoger los aparejos de pesca con la misma suerte de otros días, solo pescamos cuatro tiburones más. En esas circunstancias se apareció la nave esperada  “Juana Angélica”  y nos trasladó el combustible necesario para retornar a puerto. Dos días después, con crecida barba y una experiencia para no recordar, avistamos el puerto. Antes de ingresar a la bahía, media hora fuera de la "Isla Blanca", hicimos un alto respetuoso, una manada de ballenas adultas con sus pequeños hijos en cerrada fila, iban cantando y nadando hacia el sur, misteriosa melodía que me hizo recordar  el canto de  las sirenas que  encantaron a Ulises y sus argonautas en su viaje de retorno a Itaca. Así cerré mi paso por el mar, con una experiencia que pudo costarme la vida y la que jamás querría repetir… por ello, en algún momento me pregunté ¿Esta situación peligrosa, es la que presintió mi madre?.. Bueno, nunca lo sabré, pero tampoco, nunca más desoiré su petición... le agradezco a Dios su protección.

Chimbote, 25 de mayo de 2003
Archivo BITACORA 13 (20030525) Chimbote.
Revisado para el blogger (JAPÓN 53-20120828) Tochigi Ken     

No hay comentarios:

Publicar un comentario