Desde su ventanilla echa una última mirada (Foto internet) |
Peripecias de un peruano
Escribe: Hugo Tafur
(peruano)
Los motores del gran avión Air FRANCE, vuelo AF0277, lanzan un estruendo al ponerse en marcha; luego, un largo silbido indica que están alcanzando alta velocidad de rotación y la nave vibra ligeramente ante la potencia de sus cuatro turbinas. Dos bellas aeromozas dan las últimas instrucciones a los pasajeros pidiéndoles finalmente que se abrochen los cinturones para despegar… Desde su ventanilla, Carlos echa una última mirada a los monumentales edificios iluminados de Tokio, será la última vez que observe Japón, se va en calidad de deportado, ya no podrá volver al país, hace 22 años que ingresó como ilegal y nunca lo abandonó, vino como Suzuki y se va con su nombre verdadero, cargado de años; gracias a la normativa emitida por el terremoto del 11 de marzo, a la respetuosa y humana comprensión de la Policía de Migraciones y al Consulado General del Perú en Tokio, ha obtenido su salvoconducto y gracias a la Organización Internacional de las Migraciones, OIM Tokio, Japón, un pasaje gratuito como “ayuda humanitaria de retorno al país natal”, lo que le permitía volver vía Europa a la patria. Aquí, con la angustia de la separación inesperada y con la promesa de reencontrarse en Perú, se queda Hideko, una japonesita con quién convivió ocho años.
La nave ligera como un ave, con sus motores rugiendo en máxima potencia, comienza a recorrer velozmente la pista del aeropuerto de Narita para decolar, las turbinas producen un fuerte zumbido de abejas y por fin levanta vuelo rumbo al aeropuerto Charles De Gaulle, Paris, Francia, su próximo destino. Desde el avión, Carlos observa con tristeza, como poco a poco se va tornando pequeña la gran urbe capitalina dibujada en la oscuridad de la noche por sus miles de farolas… el generoso país que lo albergó comienza a desdibujarse físicamente, pero de su mente jamás se borrará dice, siempre recordará con cariño y gratitud a Japón, país en el que pese haber vivido ilegal más de dos décadas, muchas veces a salto de mata, cuando más lo necesitaba le dio tanto, sería ingrato olvidar a este hermoso país; luego, sus divagaciones lo llevaron hasta su gran amor, la que le endulzó su vida azarosa los últimos años y no pudo evitarlo, una lágrima furtiva le quemó el rostro… en algún momento, me contó que Hideko, pudo haberlo legalizado casándose con él, más Japón ya había endurecido sus normas contra los ilegales, al extremo, que sancionaba con cárcel a la japonesa que se casara con un ilegal.
Esta historia real iniciada a fines del año 1988, la década perdida en Perú, puede ser la historia de muchos peruanos, que ante el casi nulo crecimiento económico, el caos generado por los subversivos, la falta de trabajo, una inflación galopante y la violencia terrorista imperante en nuestro país, no les dejó otra alternativa para mejorar su situación y la de su familia, que emigrar. Una perspectiva configurada por la necesidad, generó un río de hombres y mujeres, decididos a extrañarse voluntariamente de la patria con destinos diferentes. Unos lo hicieron de manera legal y otros valiéndose de malas artes, compraban documentos falsificados, documentos que por ignorancia o complicidad eran legalizados por autoridades de las provincias y la capital. Fue en una época, que abierta la posibilidad de trabajo en Japón para los descendientes, causó febriles actividades de rectificación de partidas de nacimiento, adopciones, compras de apellidos, matrimonios fingidos y por último partidas fraguadas.
Carlos Suzuki, el personaje de nuestra historia, se desempeñaba en Perú, como administrador de una casa que compraba oro en Chiclayo, negocio que según le dataron, delincuentes subversivos planeaban asaltar, por lo que en resguardo de su integridad al haber emitido opinión desafiante, prefirió extrañarse al ser amenazado de muerte. Sin trabajo y no siendo descendiente, secretamente se puso en manos de un tramitador quién en poco tiempo, le consiguió “sellado y sacramentado” toda la documentación necesaria, incluido el pasaporte, para abandonar el país. Así de la noche a la mañana subió a un avión rumbo a Japón, dejando a su familia la promesa de pronto retorno, nadie imaginaba que esa separación se prolongaría por más de veinte años, lapso en que durante su ausencia, ocurrirían una serie de hechos familiares que cambiaron su estructura. La más dolorosa, fue la muerte de su señora madre.
El Japón de entonces era el paraíso laboral soñado, faltaba mano de obra; sin embargo, para los que no venían directamente contratados desde Perú, como en su caso, en el mismo aeropuerto, después de haber burlado migraciones, empezaba las vicisitudes. La mano de obra requerida con urgencia, originó que muchos contratistas japoneses esperaran en Narita a quiénes llegaban, de inmediato les ofrecían trabajo, casa, comida y un adelanto para mandar de inmediato a su familia; este generoso ofrecimiento, en lugar de convencerlo lo puso en alerta, pues aceptada la transacción, el contratista incautaba el pasaporte. Sin dinero, ni nadie que lo oriente en un país completamente extraño, pernotó en cualquier lugar del aeropuerto, atenazado por el hambre, la sed y el frío, Suzuki permaneció a la deriva por tres días, hasta que un paisano lo animó ha enrolarse a su primer trabajo.
En las primeras oleadas de emigrantes de los años 90, venían camuflados, no solamente gente que no era descendiente, sino delincuentes prontuariados que vieron en este “destierro” la oportunidad para sacarle el cuerpo a la justicia peruana, muchos de ellos una vez que se instalaron y agarraron confianza, quisieron imponer sus malos hábitos; hecho insólito, en un país donde hasta la promesa verbal es suficiente garantía de cumplimiento, el transgredir normas y costumbres con tanta irresponsabilidad es considerada una falta grave. Hubo casos censurables, protagonizados por quiénes recibieron el préstamo ofrecido en el aeropuerto; desaparecieron del escenario cambiándose de ciudad y trabajo, previamente con engaños lograban que el contratista les proporcionara el pasaporte para una supuesta gestión. Ante esta situación, los contratistas y las autoridades niponas comenzaron a endurecer las normas de contrato y de entrega de visas para permanecer en Japón.
Suzuki, al principio, trabajó en diferentes compañías de varias ciudades cercanas a la capital, cuando se ponía en evidencia su condición de ilegal, su situación se tornaba sumamente precaria, ya que para seguir dándole trabajo los contratistas le ofrecían sueldos risibles. Cuando ya no pudo mantener este estado y a fin de ponerse a buen recaudo, se replegó al interior del país y se empleó en una panadería de Ashikaga shi, donde no le hicieron mayores exigencias y trabajó por varios años, fue en esa empresa, que conoció y se enamoró de la mujer que llegaría ser su pareja. Por esa época, compartía departamento con un grupo de paisanos de los que se separó para vivir sólo, debido a las farras, borracheras y escándalos, que fomentaban los fines de semana; además, su relación sentimental, exigía tomar partido y así lo hizo.
La población ilegal que todavía vive en Japón es superior a 100 mil personas de distintas nacionalidades (Foto internet) |
Su condición de ilegal, no sólo le ocasionó abusos y malos tratos, también su nacionalidad de peruano lo puso en la mira del odio; la primera vez, ocurrió recién llegado a Japón, cuando "Sendero Luminoso", asesinó a tres ingenieros japoneses en Huaral, esto originó una reacción hostil en sus compañeros de labor, para evitarla, se vio obligado a cambiar de trabajo; la segunda vez, cuando los subversivos del "Movimiento Revolucionario Tupac Amaru”, en el año 1996, asaltaron la residencia de la embajada de Japón, mientras celebraban el 63 aniversario del nacimiento del Emperador Akihito y retuvieron a más de una veintena de ciudadanos japoneses; la tercera vez, el asunto fue bastante difícil, los peruanos éramos vistos con odio y desprecio en los centros de trabajo, pero por la magnitud del hecho, sentíamos vergüenza ajena, fue cuando José Manuel Torres Yagi, un peruano ilegal, violó y asesinó a una niña japonesa de 7 años. El hecho generó pánico, en los hogares japoneses.
La alegría del retorno a la patria (foto internet) |
Japón, Ashikaga shi, sábado 23 de Julio de 2011
Archivo BITÁCORA 13 (20110723) Japón
Revisada para el blogger (JAPÓN 68-20121123) Tochigi Ken
Revisada para el blogger (JAPÓN 68-20121123) Tochigi Ken