sábado, 19 de noviembre de 2011

LA CÉFIRA (Relatos del mar) - Bitácora 13

Mi primera esperiencia en el mar
La Céfira

Escribe: Hugo Tafur
       (peruano)
Tanto insistí con mi amigo "Luchito" Fiestas Lamas, motorista de la lancha “Ana”, que no quedó más remedio que rogarle a don Lucio Chávez, patrón de la pequeña embarcación de madera “La Céfira”, que me sacara a pescar por unos días; mientras, veríamos en la Compañía Pesquera “Santa Martha”, con quién embarcarme. Por entonces, si bien tenía buena talla y buen físico, cronológicamente era muy joven para las faenas pesqueras, era difícil me aceptaran como tripulante de una embarcación, salvo, claro está,  que encontrara un capitán buena gente, que quisiera aceptar el riesgo. La casualidad me había llevado precisamente a ese tipo de persona, don Lucio Chávez, un hombre de gran corazón, padre de familia, quedó impresionado por la seguridad y convicción con que me expresaba; según me refirió años después, me embarcó “por unos días” a pesar que su tripulación estaba completa y era experimentada... ellos solidarios, aceptaron mi presencia sin protestar.

Había llegado la hora de la verdad... tendría que mostrar lo que había aprendido en horas de “clases” intensivas, dictadas por  mis amigos: Luis Fiestas Lamas, Augusto Valdivia y “El Gordito” Domingo, a bordo de sus embarcaciones, en el fondeadero de “La Caleta”, iba a dar examen sobre lo que sabía. Se me había enseñado teoría y práctica del arte de la pesca, se me ejercitó haciendo nudos marinos, empates con cabos de nylon y cable de acero, cuadrar red, tejer mallas y remar… sabía nadar ¿Cuánto quedó del esfuerzo?.. se pondría en evidencia en esta salida. Gracias a Dios, puse mucha atención e interés, junto a una actitud humilde para aprender, me sentía preparado para afrontar el examen... no les fallaría a "mis maestros". Aquel fin de semana, cuando retorné de mi primera experiencia marina, ellos, luego de converzar con don Lucio Chávez, comentaban bromeándome: “Salió aumentado y corregido”, “Tiene alma de “Capi”. Pronto quedaría confirmada esa apreciación, tenía quince años con cinco meses de edad cuando se dieron estas vivencias... el dinero para ayudar a mi familia y seguir estudiando se hacía posible...
     
Bamboleándose a capricho del viento y las ondas marinas, en la penumbra del amanecer, la pequeña embarcación de madera abandonó la rada a toda máquina, por la "Bocana Chica" de la bahía “El Ferrol”. En su ir y venir las colosales marejadas chocaban con estruendo en la mole de la isla, luego al retirarse dejaban al descubierto la base rocosa sumergida de la "Isla Blanca”, donde adheridos se veían grandes mariscos y cientos de cangrejos  tragones; era su hábitat y les debía saber delicioso el festín a los crustáceos. La tripulación habituada a ese vaivén, ni se inmutaban con los bandazos y remesones que daba “La Céfira”. La pequeña nave era elevada como juguete por las marejadas, y luego dejada caer violentamente contra la maza de agua, produciendo al estrellarse su casco con el mar, un chasquido que además arrojaba agua por babor y estribor.
 
Poco después de dejar el puerto y las islas, el capitán vino y me preguntó si me sentía bien; sucedía, que él responsablemente, estaba teniendo en cuenta mi condición de novato, que en la mayoría de casos es una experiencia bastante traumática, pues se sufre de mareos y nauseas, condición que no me tocó vivir, ya que previamente, como entrenamiento, había salido a lavar boliche con "mis instructores". Poco después, la pequeña embarcación, enrumbó hacia fuera, donde sentí que la furia del viento amainó, lo que dio motivo a una condición de mar serena, sin marejadas, con buena perspectiva de pesca. La guardia precavida, arregló con anticipación la maniobra, cabos, anillas y cabecero, fueron chequeados escrupulosamente, nada debe fallar a la hora que se mande arrear; finalmente, con gran oficio, adujaron en la borda de popa la gareta y la tira atada a la boya-señal, trabajada como una corona con una docena de corchos de boliche.

A esa hora del amanecer, el sol matinal se empina sobre la cresta de los andes ancashinos, diluyendo con sus rayos las brocadas gasas de húmeda neblina, que desde siempre, envuelven la bahía de Chimbote. Las aves marinas de las islas aledañas, habían abandonado muy de madrugada sus nidales y en raudo vuelo, seguían a la lanchada flanqueándolas, era una bandada de miles de guanays, pelícanos, piqueros, albatros, zarcillos, potolluncos, aceiteritos, pardelas, etc., todas  siguiendo su instinto, nos acompañaban... para todas, habría alimento en la rica y generosa fosa del mar chimbotano, que contenía suficiente cantidad y variedad de pescado para alimentar a hombres, animales y aves, que pululaban en sus riberas y en sus islas...

Lobos golosos se metían en la bahía y después de bucear un poco salían a la superficie disfrutando un enorme lenguado; mientras, un poco más allá de la bocana, bellos y acrobáticos delfines, ponían a prueba su pericia y dominio del mar, haciendo casi a flor de agua, mil piruetas a gran velocidad, parecían retar en velocidad a la veloz embarcación “La Céfira”, que conducida a toda máquina por la experta mano de su patrón don Lucio Chávez, se desplazaba señorial sobre el Océano Pacífico, siguiendo la lanchada que señalaba el rumbo. A fines de la década del 50, no existían radar, sonar, navegador por satélite, para embarcaciones pesqueras, menos, para naves tan pequeñas como  “La Céfira”, que sólo contaba con un compás incipiente, para orientarse en el mar. Todo se confiaba a la experiencia e intuición del patrón; esa “Cancha”, que con el tiempo adquiere el pescador dándole características de lobo marino, le permite otear la presencia de pescado, hasta en la brisa marina; precisamente, en ese momento, la lanchada ya había encontrado al plateado cardumen, en ancha fila india, las aves marinas se dirigían en una sola dirección fuera de la “Cola del Santa”... ¡Sí, allí estaba la pesca!

Pronto se divisó a la lanchada calada, todas las embarcaciones llegaban y arreaban, “el morado” estaba quieto, inmóvil, “atontado” por el sinnúmero de cercos que caían uno tras otro y le impedían el paso. “La Céfira” no fue menos ¡Listos!...gritó el patrón en el puente, mientras cuadraba la embarcación, según las indicaciones que le hacía “el proero”, quién con la diestra en alto señalaba la dirección en que corría la pesca… "¡Gorgorada, como mierda!" dijo el viejo Bayón. Cuando don Lucio, gritó: ¡Arrea!.. ¡Arrea, carajo!.. Boya, tira, cabecero y gareta, fueron arrojadas por la popa de la lancha, mientras el capitán comenzó a dibujar su cerco imprimiendo máquina, una figura en círculo, buena cala fue el resultado. No llegábamos a la boya y la anchoveta ya saltaba en el corcho... los pescadores no cabían en su entusiasmo y golpeaban la borda con furia, para aturdir el pescado que luchaba por escapar. 

Rápidamente, con destreza, usando un gancho adosado a una vara de eucalipto, fue recogida la boya por la proa, se desataron los jibilais y fueron pasados por las pastecas respectivas, colgadas en “La Burra”. El winche crujía al recoger la gareta, la bolsa ya estaba formada y al cardumen no le quedaba más remedio que nadar en la gran pecera que le habían construido... ¡Corten, corten!... ordenó el patrón desde el puente. Tan rápido como se podía, cogieron el cabo de corte y lo llevaron al tambor de popa, luego fijaron con una retenida en la bita de proa al cabecero y “moño” al centro comenzamos a secar la bolsa... primero a pulso y luego con el “sencillo”, que  subía y bajaba diestramente, al grito de ...¡Lleva!... ¡Arrea! del “moñero” y el “estrobador”. El “winchero”, muy ágil y diestro seguía la maniobra, pese a que con el cabo del sencillo se quemaba las manos, el cuál, con la fricción en el tambor de metal recalentaba despidiendo humo y vapor, temperatura que era aplacada  con agua fría del mar.
   
Finalmente, una gran retenida, daba por terminada la maniobra del secado. Por fin el pescado dejó de “pelear” en busca de su libertad, miles y miles de anchovetas plateadas, aparecieron casi inertes en sus últimos estertores haciendo una gran convulsión en la bolsa, que se bamboleaba al compás de las marejadas  a un costado de la embarcación.  Era cuestión de mantener la lancha popa a la mar, para envasar con tranquilidad, lo que se lograba con un enorme remo atado en la popa de la nave. Los gritos de ¡Lleva! ... ¡Arrea!, se seguirían escuchando como voces directoras en el momento de envasar, el “Chinguillo” era metido con mucha destreza a la bolsa de peces y levantado con el gancho del “sencillo” al compás de las marejadas, hasta la escotilla de la bodega, donde se afloja la prensilla y caía el pescado; una persona va controlando que la carga se efectúe sin comprometer la estabilidad de la embarcación, es decir, no se escore, para ello, mueve la tapas de la bodega de babor y estribor, así hasta terminar de cargar. Terminada la maniobra del envasado, se suelta las amarras y se levanta “el cabecero” del boliche, luego lentamente para comprobar la estabilidad y se acomode la carga en la bodega la embarcación es movida lentamente, finalmente, a toda máquina, emprende el retorno a puerto.

Fue así como tuve mi bautizo en las labores del mar, a bordo de esa pequeña embarcación de madera, “La Céfira”, cuyo nombre le fue puesto posiblemente, para recordar al más benigno de los vientos, representado por el dios griego del viento oeste, Céfiro. Gracias, también, a la bondad y apoyo de un gran “lobo de mar”, don Lucio Chávez, que hoy en día, pasados los años, me honra con su amistad.

Horas después, avistamos la caleta de Coishco y los grandes colosos guardianes de nuestro querido Chimbote: El Cerro Chimbote, (años después, lo han denominado como Cerro de la Juventud), La Isla Blanca, Los Ferroles y el Cerro “El Dorado”…la pequeña embarcación, cargada de peces y esperanzas, dibujó su silueta triunfal en la “Bocana Grande”, llevando a bordo a un grupo de esforzados y corajudos pescadores y un imberbe jovencito, que unido a ellos, soñaba con un futuro mejor.

Chimbote, 25 de marzo de 1962
Revisada para el blogger (JAPÓN - 35-20111119) Tochigi Ken 

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